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Sesión de control

Publicado en: El País (27.06.2012) (blog ‘Micropolítica‘)

El concepto «sesión de control» al Gobierno no existe con tal literalidad ni en la Constitución Española, ni el Reglamento del Congreso de los Diputados. Es una expresión que se deduce, y puede derivarse, del artículo 66 de la Constitución que dice textualmente: “Las Cortes Generales ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás competencias que les atribuya la Constitución”.

Es evidente que el principal control a la acción del Gobierno debería ser, especialmente, sobre el comportamiento, visión y actuación del presidente del mismo. Pues a pesar de esta conclusión, que se nutre del sentido común, el actual Reglamento no obliga al Presidente a responder ni a comparecer personalmente en las sesiones de control que tienen el formato de preguntas orales. Se trata de respuestas del Gobierno, no específicamente del Presidente aunque sean dirigidas a él, como sucede en otros parlamentos. Y su presencia se debe a una costumbre parlamentaria que puede ser obviada en cualquier momento. El Reglamento, a pesar de haber recibido modificaciones puntuales a lo largo de varias legislaturas, sigue teniendo su arquitectura casi intacta desde 1982, cuando fue aprobado. Y su configuración es más propia de un sistema presidencialista que de uno parlamentario.

Por ello, en caso de mayoría absoluta de un grupo parlamentario, por ejemplo, el Gobierno no tiene prácticamente ninguna obligación de responder, a través del Presidente, en casi ninguna circunstancia salvo la inevitable moción de censura. El Gobierno sí que está obligado a comparecer en determinados supuestos, como después de un Consejo Europeo, porque así lo establece la Ley por la que se regula la Comisión Mixta para la Unión Europea.

Hoy hay sesión de control. Rajoy responderá, por este orden, a las siguientes preguntas:

1. ¿Qué acciones piensa emprender el Gobierno para compensar a los afectados por el fraude masivo al ahorro con productos tóxicos, como preferentes? (Alfred Bosch, de ERC, del Grupo Parlamentario Mixto).
2. ¿Qué medidas va a proponer en el Consejo Europeo de esta semana para impulsar el crecimiento y la creación de empleo? (Josu Iñaki Erkoreka, del Grupo Parlamentario Vasco).
3. ¿Qué posición va a defender en el próximo Consejo Europeo? (Alfredo Pérez Rubalcaba, del Grupo Parlamentario Socialista).

Previsiblemente, y a pesar del valor político y el interés social de las preguntas y las consiguientes respuestas, es muy probable que la sesión de control acabe con un cruce de declaraciones escleoritizado y jibarizado en el famoso y primario corte televisivo de 10 segundos por intervención. Así los retos (y sus debates) se convierten en muecas y frases huecas.

No me cabe ninguna duda de que, en el hemiciclo, flotará en el ambiente la última encuesta y estudio de opinión pública publicada que asegura, nuevamente, que la ciudadanía suspende a las instituciones democráticas y que el 62% cuestiona a los responsables públicos. Cifra que llega al 70% cuando se trata de responsables políticos. Cada sesión de control puede contribuir -o no- a reducir esta brecha de desconfianza o a aumentarla.

A pesar del interés objetivo de los temas y del coste social y democrático que una determinada práctica política y parlamentaria tiene sobre el estado de ánimo cívico, es muy probable que esta sesión no contribuya ni a clarificar nuestra posición en el próximo Consejo Europeo ni a mejorar la percepción pública sobre la vida parlamentaria. Justo cuando más necesitamos debates vitales, debates propositivos y búsqueda honesta de puntos de encuentro y soluciones de amplio consenso, la aritmética electoral y un incuestionable resultado electoral del pasado #20N dejan al Parlamento con sordina. Anestesiado, y casi amordazado, como vemos en el tema de las comisiones de investigación.

La mayoría absoluta actúa como un placebo peligroso. Que sea tan fácil pasar cualquier “escollo” parlamentario no garantiza que se pase bien, evidentemente, y puede conformar a la mayoría de turno a confundir ideas con números. Legitimidades con botones de votación. Debates con trámites. Y así, aunque pasen “sin problemas importantes”, vamos dejando jirones democráticos en cada cómoda decisión. Lo confortable se ha convertido en el principal peligro para nuestra calidad democrática. La previsibilidad inhibe la calidad y la intensidad.

Por ejemplo: en esta legislatura, el Gobierno ha utilizado en muy pocos meses 19 veces la figura Decreto-Ley (DL). La media de las nueve legislaturas democráticas anteriores es de 50 DL (salvo la constituyente, con 63). Se podrá argumentar que la gravedad de la crisis y la necesidad de tomar las medidas urgentes para las que el ejecutivo está legitimado justifican esta vía. Pero con los mismos argumentos de urgencia y gravedad podrían justificarse otras prácticas parlamentarias y políticas más inclusivas, integradoras y unitarias. La vía del DL, junto con la alergia que parece tener el Presidente a comparecer a petición propia en el Congreso, dibujan un escenario preocupante. Sin preguntas, sin ruedas de prensa y sin debates (como el del Estado de la Nación), el Gobierno toma la decisión de no aprovechar el Parlamento como un escenario para la pedagogía y la acción política, sino como un trámite democrático, engorroso y latoso que hay que superar rápidamente o evitar, si se puede. De ahí a la supresión por comodidad o urgencia solo hay un pasito.

Aunque hay otro camino: aprovechar el enorme potencial movilizador de conciencias democráticas que tiene la tribuna parlamentaria y la sociedad-red. Necesitamos gobiernos, claro está, pero más necesitamos aún que el conjunto de la ciudadanía se implique en la gobernabilidad. Justo lo contrario de lo que sucede ahora. Damos la espalda a las instituciones y estas se encierran todavía más en su bucle reverberante. La brecha crece.

Hay discursos en sesiones de control que, gracias a la red y a su difusión primero en YouTube e inmediatamente en las redes sociales, adquieren viralidad, lo que hace que sus contenidos, los políticos que los protagonizan y sus palabras y gestos alcancen gran visibilidad. Existen numerosos ejemplos, como el de Daniel Cohn-Bendit, eurodiputado verde, famoso por su discurso en el Parlamento Europeo, ya en 2010, sobre la ayuda económica a Grecia por parte de la UE. O el de Nigel Farange, en el extremo opuesto y en el mismo parlamento, muy conocido por su vehemencia retórica y que, gracias a los vídeos que circulan por Internet, ha conseguido romper la impermeabilidad autista de la institución con los electores.

Pero donde la retórica y el simbolismo de los diferentes discursos -y a veces también la viralidad de sus vídeos- adquieren toda su importancia es en el Parlamento británico, donde se puede asistir a luchas dialécticas de primer orden, como por ejemplo en esta discusión entre Gordon Brown y David Cameron de 2007. O descubrir nuevos talentos políticos, gracias a intervenciones apasionadas o desacomplejadas como las de Christopher Lauer, del Partido Pirata alemán, en su sorprendente discurso en el Parlamento regional de Berlín, en enero de 2012.

La misión de los parlamentos no es ser divertidos ni entretenidos, sino útiles y representativos. Pero pueden ser a veces tan tediosos, e incomprensibles sus lógicas y sus reglamentos, que inhiben el espíritu de la política. Tan aburridos, a veces, como necesarios e insustituibles. Si a ello se añade la previsibilidad que los contextos de mayoría absoluta comportan, el escenario de desconexión está servido. Se trata de no reducir la comunicación política a este formato exclusivamente, demasiado encorsetado que pasa también después por el túrmix estereotipado de la mayoría de los medios de comunicación. Explorar las alternativas de un uso inteligente de las plataformas audiovisuales por Internet y las redes sociales permitiría “sacar” al Parlamento del hemiciclo y favorecer el reencuentro con los lectores-electores. No hay otro camino, creo, si se quiere que las sesiones de control sean, quizás, algo más que un duelo, demasiadas veces estéril por limitado, pautado, desenfocado…y alejado.

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