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Ajuste de cuentas y arrebato electoral

La convención del PP en Valladolid ha transcurrido, fundamentalmente, por los caminos de la liturgia política, con el único protagonismo de Esperanza Aguirre y su decálogo liberal (iPad en mano), hasta que ha llegado el discurso de Mariano Rajoy y su particular ajuste de cuentas. Muchos cambios formales: nueva web (con la apuesta por la retransmisión del evento con Google Glass); múltiples formatos de conversación; nueva fanfarria —más dinámica— de sintonía musical; escenografía inclusiva, envolvente (un mosaico de banderas que se funde con la orografía de España); y una decidida transición (que ya había empezado hace tiempo) hacia la personalización de la proyección política del partido: del PP a POPULARES con un rectángulo con forma de ventana de diálogo de chat. Del partido a las personas, como hace unas semanas sucedió con el PSOE y la nueva imagen de socialistas. Aquellos, con mayúsculas; estos, con minúsculas. Veremos cómo se van ajustando las nuevas imágenes.

En ausencia de propuestas políticas concretas, esta Convención sirve para la fe: la fe política y la autoestima del PP. «Contad lo que habéis visto aquí», les ha pedido Rajoy a sus correligionarios. «España, en la buena dirección» es el lema de la cita. Es una promesa que se visualiza en un camino, un itinerario, un destino. Hay algo de profético y mesiánico en este storytelling político de resonancia religiosa. Promesas, como por ejemplo, otra vez, la de la bajada de impuestos que el PP llevó en su programa e incumplió nada más llegar a La Moncloa, aunque Rajoy ha preferido hablar de «profunda reforma fiscal». La flecha hacia la derecha de la escenografía (mitad icono tecnológico y mitad señal de tráfico) es un esfuerzo simbólico que quiere representar esta oferta, también, como la única dirección posible.

La convención se ha celebrado en al Auditorio Miguel Delibes de Valladolid, quien escribió: «Cuando a la gente le faltan músculos en los brazos, le sobran en la lengua». Rajoy ha demostrado que tiene músculo. A los opositores en su partido solo les queda el de la lengua, parece. De momento, Rajoy ha neutralizado los intentos de desestabilización de Aznar (en su irreprimible papel de líder espiritual), y a la derecha extrema que tiene en parte de sus bases y en las fronteras que friccionan con VOX, la nueva pesadilla… Aunque, quizá, no lo es tanto, ya que esta nueva oferta le sitúa, a coste muy bajo, en el centro del tablero de juego.

En este contexto, la intervención de Mariano Rajoy ha sido un detallado y frontal ajuste de cuentas con la herencia recibida. Y, en especial, con Alfredo Pérez Rubalcaba al que no ha llamado por su nombre, refiriéndose a él como «ese» y «tú», en una dura acusación: «o te callas, o reconoces los méritos de la gente», en lo que ha sido, seguramente, la ovación más larga de su intervención. Rajoy ha acusado a Rubalcaba y al PSOE (casi el único que ha recibido dardos) de ocultar la verdad: «del hundimiento y de la recuperación» porque es «esclavo de sus consignas». Su ataque ha siso sostenido y creciente, en un articulado ajuste de cuentas —«nos llevó a la ruina»— que le ha llevado a etiquetar la herencia recibida de «calvario» y las actuales críticas de los socialistas de «deslealtad y falsedad». Puentes rotos y ofensiva sin cuartel. Rajoy ha pronosticado «que vamos a ganar las elecciones europeas». Un discurso sin propuestas y muchas promesas. Y sin autocrítica, ni cuando ha bordeado el tema de la corrupción política.

Rajoy ha decidido apropiarse de España, no de sus símbolos, como se ha visto en otras ocasiones (no había ni una bandera en la sala, ni el escenario, ni en la pantalla) a través de su estrategia de conexión con los propios ciudadanos. Mejor el mapa que la bandera, han pensado los estrategas. Un paso atrás en atribuirse mérito alguno (ni para él, ni para su Gobierno, ni para su partido) y un reconocimiento al esfuerzo de los ciudadanos: «Los españoles nos hemos rescatado solos».

Rajoy intuye que el sustrato de orgullo nacional está ahí… y que, bien estimulado y motivado, tiene réditos políticos y electorales. Adiós a la ideología (aparentemente), mientras está decidido a imponer una estrategia destinada a situar al PP como el partido de las reformas, y como el partido más español que «no va a descansar porque está comprometido con España y el bienestar de los españoles», porque «el PP cree en España”. Y una nueva versión del concepto unidad que ya exploró en Barcelona: «Nos une el futuro».

Otra vez la climatología («barrer la niebla que ha oscurecido nuestro horizonte») y, especialmente, la geografía y la orografía han sido sus muletas visuales: agujero, luz, camino, páramo, pedregal, precipicio, marea, huella… Y los verbos relacionados con el movimiento: caer, subir, moverse, avanzar, empujar. Rajoy ha ido a Valladolid a subir los ánimos, a dar las gracias, tensar a su partido e insuflar orgullo y confianza («nadie nos ha regalado nada», ha dicho).

Está en campaña. Empezó el sábado pasado en Barcelona y hoy ha seguido en Valladolid. Ha situado, deliberadamente, estas elecciones europeas como un referéndum político a su gestión (y a él mismo, parece que tiene ganas de reconocimiento personal, aunque lo niegue). Veremos si los electores le confirman que va «en el buen camino» o si, por el contrario, quieren otro alternativo.

Publicado en: El País (2.02.2014)(blog Micropolítica)
Fotografía: Fernando Santander para Unsplash

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