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Engañarse en política

Engañar, en política, es grave. Y tiene, casi siempre, consecuencias electorales. A veces, también, judiciales. Pero engañarse en política es nefasto. Destroza la concepción de la política como práctica democrática para la resolución de problemas, de retos… y de conflictos. Después del 9N, hay quien quiere engañarse, con el absurdo intento de confundir o despistar a los ciudadanos. Engañarse es la pérdida de contacto con la realidad. Es la burbuja. Es respirar el mismo aire de una habitación cerrada, y consumir todo el oxígeno disponible. Es el fin.

Mariano Rajoy se empeña en ningunear el 9N ignorando lo que todo el mundo ve, menos él. Pero Rajoy no es un ciudadano corriente: es el Presidente. Estas son algunas de las estrategias evasivas de Rajoy para hacer frente al reto catalán, evitando mirar de frente la situación. Ganar tiempo, en esta ocasión (como en muchas otras), es perderlo.

1. Despreciar. El sábado, en un encuentro sobre «Buen Gobierno» del PP, dijo: «a lo de mañana se le podrá llamar como se quiera pero no se le puede llamar ni referéndum, ni consulta, ni nada que se le parezca. Y no se le puede llamar así, porque el acto que mañana se produzca no produce efecto alguno». Rajoy confunde efectos jurídicos, con efectos políticos.

2. Desprestigiar. El mismo día, el domingo por la mañana, Alicia Sánchez-Camacho, líder del PP catalán, iba mucho más lejos, calificando el 9N de pucherazo antidemocrático. Reduciendo a comedia (y tragedia) lo sucedido: «lo que se está haciendo no es una votación real, es una farsa. Lo que hoy se está haciendo es una chapuza democrática que vulnera los derechos constitucionales y va en contra de la democracia y la convivencia».

3. Deslegitimar. Y por la noche, el ministro de Justicia, Rafael Catalá, en un intento de quitar valor a la votación, la consideró «inútil» y «antidemocrática». Catalá destacó, en una comparecencia sin preguntas y con estética precipitada, que carece de cualquier validez jurídica y añadió que ha sido un acto de «pura propaganda política». Mientras, en los círculos de opinión del PP, se construía el relato combinado de falta de garantías democráticas y relativismo de las cifras para afirmar que esta votación había fracasado en sus objetivos.

El 9N tiene muchos ángulos y puntos de vista de análisis, incluyendo los argumentos de fondo del Gobierno. Y, ciertamente, hay muchos datos y aspectos para reflexionar y contrastar, pero lo que es absolutamente imperdonable es que se quiera minimizar para no pensar, razonada y profundamente, sobre lo que está pasando. Es torpe y una excusa débil argumentar que el 9N es inútil. Lo inútil ─y peligroso─ es, precisamente, negar su relevancia. Michael Ignatieff, buen conocedor del soberanismo en Quebec, afirma: «En el mundo académico las ideas falsas no son más que falsas, y las inútiles pueden ser divertidas, pero en la vida política pueden arruinar la vida de millones de personas.» Engañarse es negarse a afrontar la realidad, que es lo mismo que negarse a afrontar la responsabilidad.

Estos días, conviene leer a Lewis Carrol y su obra A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (1871). En el texto infantil, el huevo Humpty Dumpty discute con Alicia sobre el significado de las palabras. «Cuando yo utilizo una palabra», dijo Humpty Dumpty, en tono desdeñoso, «significa que yo elijo lo que signifique, ni más ni menos». «La cuestión es», dijo Alicia, «si tú puedes hacer que las palabras signifiquen cosas diferentes». Esta es la cuestión: que aunque Rajoy elija las palabras que quiera, ya no puede hacer que esas palabras signifiquen cosas diferentes de las que vemos y sentimos.

Mientras el Gobierno relativiza la realidad, los principales medios de comunicación internacionales cuestionan esta estrategia huidiza y esquiva. La inacción de Rajoy preocupa en la prensa mundial. Hace semanas, el mismo Financial Times reclamaba a Rajoy una «solución política» sobre Catalunya y le advertía que las demandas catalanas de «ser reconocida como nación y tener más autonomía fiscal» eran «legítimas» y The Guardian le animaba a seguir el modelo escocés. Rajoy se arriesga a que todos vean el problema… menos él. Y que su estrategia negacionista reduzca su capacidad de liderazgo propositivo, abriendo paso a que se especule en que sólo un nuevo ciclo político (con nuevos protagonistas) sea capaz de crear las condiciones para abordar, de cara y sin espejismos, la cuestión catalana.

Rajoy tiene razón cuando dice que el 9N «ni es un referéndum ni es una consulta». Pero la pierde toda cuando su incapacidad para etiquetar «jurídicamente» esta votación, le impide ver su profunda naturaleza política, y sus consecuencias. Del Presidente se espera que diga algo más que lo que puede decir un abogado del Estado o un opinador. Y, especialmente, que haga algo más que refugiarse en la negación del hecho, de su consistencia y de sus causas. Rajoy aplica su lógica profesional: la de un registrador de la propiedad. Pero su responsabilidad es política, no notarial. Y lo último que puede hacer es engañarse, porque parecerá que lo que realmente pretende es engañar a los ciudadanos.

«¡La responsabilidad final es mía!» era el letrero que tenía sobre su escritorio el presidente Harry S. Truman, el que fuera presidente de los Estados Unidos desde 1945 hasta 1953. Era su manera de recordarse a sí mismo, a diario, que engañarse es siempre inútil para evadir la propia responsabilidad.

Publicado en: El País (10.11.2014)(blog ‘Micropolítica’)
Fotografía: Kostiantyn Li para Unsplash

Enlaces de interés:
Artur Mas es Humpty Dumpty (David Lizoain, 15.10.2014)
‘The Economist’ a Rajoy: «Déjeles votar» (La Vanguardia, 13.11.2014)

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