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El debate en Twitter

El debate abierto en Twitter entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón sobre la estrategia política y electoral de Podemos tiene un interés indiscutible. Y diverso. El más relevante, sin duda, es el político —y también orgánico— justo en pleno proceso interno de renovación, con una fuerte competencia entre ideas, personas y sectores. El peligro del fraccionalismo cainita les acecha, pero lo evitan con un ejercicio democrático que, en muchos casos, parece ejemplar. Podemos sigue sorprendiendo con una apuesta desacomplejada y abierta —en la sociedad conectada— sobre cómo interpretan sus principales líderes la lealtad, la responsabilidad y la libertad de opinión en la disputa de las ideas dentro, y fuera.

No es extraño que un debate tuitero tenga una gran relevancia política, a pesar de las limitaciones de este formato. Los votantes españoles, por ejemplo, consideran que Twitter es la mayor plataforma de influencia política. Según un estudio encargado por Twitter este mismo año, “8 de cada 10 electores destaca el valor de Twitter como plataforma que genera debate político y favorece la participación ciudadana”. El estudio concluye que para la mayoría de los electores “este canal debe ser utilizado por los políticos para acercarse a los ciudadanos y ofrecer una vía de comunicación directa que contribuya a generar cercanía, transparencia y empatía”. Es decir, con la bronca tuitera, Iglesias y Errejón no sólo discuten abiertamente de estrategia, sino que atraen y movilizan políticamente a sus activistas y simpatizantes, ocupando la agenda política mediática justo en el tramo final de la campaña vasca y gallega, como ya lo hiciera, en formatos más programados, en las dos últimas elecciones generales.

Pero la pregunta es inevitable: ¿Twitter favorece, realmente, el debate político? ¿O bien, por el contrario, lo enmascara creando una apariencia de discusión argumentada? ¿Unos monólogos encadenados e intercalados son un debate? El aplausómetro tuitero (retuits, favoritos, menciones y replays…), así como los grafos de la conversación entre comunidades y nodos, se corresponde, entonces, con un indicador fiable de favorabilidad, impacto y simpatía de cada posición… ¿o no? O significa otra cosa que tiene que ver más con la pugna organizada, a veces con ayuda de bots, más que con el debate de las ideas. Y todavía más lejos: la acidez de la agitación tuitera, con sus crecientes episodios de odio y bullying político, ¿no esconde una severa limitación —más allá del de los 140 caracteres— para un debate realmente democrático?

Las posiciones están, cada día más, divididas sobre qué cultura democrática se favorece en los debates digitales. El lector o lectora advertirá, y con razón, que no es posible —ni conveniente— generalizar y que depende del debate, de los debatientes y de las interacciones. Es cierto. ¿Pero hay en Twitter, por ejemplo, prácticas dialécticas nuevas o que exploren los límites del debate hasta ahora conocidos? La lista de puntos es larga, con aspectos positivos y otros no tanto, pero me centraré en tres que reclaman reflexión: la presencialidad (con los registros de escucha, atención y comprensión), la elaboración y el matiz.

Los debates en Twitter son asíncronos, por naturaleza. La presencia (mejor dicho, su ausencia) es sustituida por la conectividad. Sólo una voluntad democrática manifiesta de respeto a la pluralidad puede corregir, parcialmente, los inevitables déficits de escucha, de atención y de comprensión que una conversación sincopada, como la tuitera, incorpora. La elaboración está también reducida a la lógica del titular, de la síntesis forzada, de la compresión que no siempre garantiza comprensión. Y, finalmente, el matiz. Twitter no tiene sonido, cadencia, tono, timbre o volumen. El uso de emoticones y símbolos es un atajo tan sugerente como, a veces, insuficiente. No hay cuerpo que hable, ausente el lenguaje no verbal, no tenemos tampoco el color de la voz. El matiz se diluye y, con ello, también la necesaria ambigüedad que tan útil es en una cultura democrática de consenso y acuerdo.

Este debate morado ha coincidido —casualmente, entre otros— con el anuncio ayer de Twitter de aumentar su capacidad de conversación e interacción. El uso de imágenes, gif, vídeos y encuestas añadidas al final (según Twitter, los tuits con imágenes tienen un 313 % más de interacción) no contarán para los 140 caracteres. En las respuestas, el nombre de usuario al principio del tuit tampoco será penalizado. Los usuarios podrán hacer RT (retuit) o citar sus propios tuits, aumentando el potencial narrativo hasta los 280 caracteres, entre otras ventajas.

«Twitter se ha convertido en el sistema nervioso de nuestras sociedades, y hay que aprender a utilizarlo», afirma José Luis Orihuela, profesor de la Universidad de Navarra, y uno de nuestros grandes expertos sobre esta red social. Acierta @jlori, una vez más. Pero si la política necesita nervio, no estoy tan seguro que necesite más nervios de los que ya tienen la mayoría de los electores, ni mucho menos dirigentes nerviosos.

Publicado en: El País (20.09.2016) (blog ‘Micropolítica’)

Enlaces de interés:
Informe debate Twitter entre Iglesias y Errejón (por Carlos Guadián)

Artículos de interés:
Twitter o cuando el tamaño sí importa (Berna González Harbour. El País, 21.09.2016)

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