El reproche

Vivimos en la era del reproche. Justificar los propios actos en función de medirlos o compararlos con los de otros es una tentación constante. Es el denominado whataboutism, el término de origen anglosajón que se traduciría por «¿y qué hay sobre…?» o nuestro castizo y vernáculo «y tú más».

La idea es desviar la atención sobre el tema en cuestión (y nuestra implicación o responsabilidad en él), que incomoda y nos pone en la cuerda floja, acusando de manera instantánea a la otra parte con argumentos que pueden tener una gran dosis de irrealidad e hipocresía. Se trata de sustituir el debate razonado y objetivo por un cinismo autoexculpatorio.

En el contexto de la guerra en Ucrania se ha utilizado mucho la expresión, poniendo en evidencia dos de sus ingredientes más destacados: la falta de coherencia y la procacidad que vemos en algunas decisiones estratégicas que se han impulsado (u omitido). El whataboutism se nutre de sacar cuestiones que no vienen al caso, pero que pueden contribuir a la justificación de las propias acciones y, sobre todo, a desacreditar a nuestro oponente, adversario o enemigo.

El concepto, utilizado por el periodista británico Edward Lucas en uno de sus artículos publicado en 2008, hacía referencia al modo en que, durante el período de la Guerra Fría, desde la Unión Soviética sus dictadores contrarrestaban cualquier acusación incriminatoria (masacres, deportaciones forzadas, gulags…) comparando o acusando a Occidente con otras cuestiones (la esclavitud o el racismo en Estados Unidos, por ejemplo).

El ejercicio de increpar, sermonear o recriminar ad hominen al otro en el terreno político deteriora la calidad de nuestras democracias. La ciudadanía está cansada y termina por no creer nada, de nadie. El «y tú más» o «tú también» acaba mostrando la falta de argumentos sólidos, las propias debilidades de quien lo utiliza. Acusar o escurrir el bulto no pueden ser los fundamentos sobre los que se construya un proyecto político al servicio de la ciudadanía y de la cosa pública.

Los lectores —y los electores— aspiran y se merecen debates serenos, donde la autocrítica y la objetividad sean el baluarte de la valoración de los demás y del contexto. Sin ponderación, solo queda la propaganda maniquea, el reproche cínico o la sublimación de la arrogancia.

Publicado en: La Vanguardia (5.05.2022)
Fotografía: Adi Goldstein para Unsplash

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2 COMENTARIOS

  1. De lo más contundente que te he leído últimamente, me pasa hasta con mi mujer, que al final la culpa siempre la tengo yo o en su caso ella. De todas formas aunque termines creyendo que «clamas en el desierto» deberías republicar en bucle este artículo, insistiendo y subrayando mucho el siguiente párrafo: » La idea es desviar la atención sobre el tema en cuestión (y nuestra implicación o responsabilidad en él), que incomoda y nos pone en la cuerda floja, acusando de manera instantánea a la otra parte con argumentos que pueden tener una gran dosis de irrealidad e hipocresía. Se trata de sustituir el debate razonado y objetivo por un cinismo autoexculpatorio».

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