En una época en la que la vida parece estar a un clic de distancia, las y los jóvenes de entre 18 y 29 años reportan sentirse más solos y desolados que nunca. Un estudio reciente publicado en Nature Mental Health revela que los adultos jóvenes no solo tienen dificultades para ser felices, sino que experimentan problemas de salud mental, autopercepción, falta de propósito vital y de calidad en sus relaciones. La investigación, desarrollada por las universidades de Harvard y Baylor, presenta datos alarmantes: en más de 20 países, incluido EE.UU., el «florecimiento» personal (ese estado de bienestar integral que incluye el desarrollo personal, el progreso, la realización…) está en mínimos históricos entre los jóvenes.
Pero este no es un fenómeno nuevo. Estudios anteriores ya advertían que la ansiedad y la depresión en jóvenes de entre 18 y 25 años se había duplicado respecto a la adolescencia. En el 2017, la psicóloga y profesora en la Universidad Estatal de San Diego, Jean Twenge, escribió el libro iGen, donde destacaba que el aumento del tiempo frente a las pantallas y la disminución del contacto cara a cara estaban afectando profundamente la salud mental de los jóvenes. «Estamos viendo una generación que pasa más tiempo conectada digitalmente, pero menos conectada emocionalmente», sostiene Twenge.
El problema no es exclusivo de EE.UU. En países como Brasil, Reino Unido o Australia, los índices de florecimiento también son bajos. Sin embargo, en lugares como Japón y Kenia se sigue observando el patrón tradicional de felicidad en forma de U: un repunte en la juventud y la vejez, intercalado por un descenso en la mediana edad. ¿Qué factores permiten que en algunos lugares los jóvenes florezcan mientras que en otros se marchitan?
La soledad no deseada, que históricamente se asociaba a la vejez, ahora impregna a los jóvenes adultos con la misma intensidad o incluso más. En una reciente investigación, en formato ensayo, y bajo el título Polarización, soledad y algoritmos, que he desarrollado junto a un equipo de trabajo, se constata que este fenómeno tiene consecuencias negativas importantes, tanto en el plano psicológico como en el social. Por ejemplo, quienes sufren soledad no deseada son más propensos a padecer trastornos de salud mental e incluso tienen más posibilidad de sentirse mal físicamente. Además, el aislamiento puede hacer a las personas más vulnerables ante el llamado de comunidades falsas, como los grupos extremistas que empiezan a multiplicarse en internet. Un ejemplo dramático es el de la manosfera, que atrae a chicos que se sienten rechazados por sus contrapartes femeninas.
Reflexionar sobre esta realidad no es solo un ejercicio académico, sino un imperativo urgente. Si queremos comprender realmente a las nuevas generaciones y encontrar formas de conectar con ellas, debemos escuchar lo que sienten, lo que piensan y lo que anhelan. Solo así podremos formar parte de su camino hacia un florecimiento que hoy parece cada vez más esquivo.
Publicado en: La Vanguardia (12.05.25)
Fotografía: Ismail Efe Top para Unsplash