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Qué falla en la izquierda. La batalla del relato y otros cuatro desafíos

La revista El Ciervo, en su número 811 (Mayo/Junio 2025), nos invitaba a reflexionar ante la pregunta: ¿Qué falla en la izquierda?
«El nuevo orden geopolítico mundial en proceso, el rearmamento de Europa frente a un pacifismo en recesión, las migraciones, la crisis de la globalización del capital, la creciente desigualdad, el resurgimiento de los nacionalismos, el empobrecimiento de las clases obrera y media, la debilidad sindical, el individualismo rampante, la democracia en peligro, la pérdida de bienestar que da paso al autoritarismo y a los populismos… ¿Está la izquierda, o las izquierdas, respondiendo bien ante este panorama tan poco estimulante? Más bien nos parece desorientada y nos preguntamos ¿qué falla en o en qué falla la izquierda?
Responden Lluís Foix, Ignacio Sánchez Cuenca, Antoni Gutiérrez-Rubí, Pablo Simón y Fernando Rey».

Junto a otros colegas y amigos, tuve el placer de participar aportando mi granito de arena. Estas fueron las cuestiones abordadas:
Lejos de las preocupaciones de los ciudadanos, por Lluís Foix (periodista).
Es la crisis de la política, por Ignacio Sánchez-Cuenca (catedrático de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid).
Realismo perdedor o idealismo falso, por Fernando Rey (catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Valladolid).
Incapacidad del Estado para redistribuir, por Pablo Simón (politólogo).
En mi caso, escribí este texto, que comparto a continuación, titulado:

La batalla del relato y otros cuatro desafíos

El relato. Las izquierdas —en plural, siempre— no están comprendiendo el desafío de las guerras culturales, de las batallas por el relato. Ancladas y refugiadas (todavía) en una superioridad moral estéril, no son capaces de encontrar una nueva arquitectura narrativa para interpretar el mundo, presentar nuevas relaciones causales y proponer horizontes superadores. No es suficiente con juzgar el mundo, hay que describirlo, iluminarlo y construir un relato inspirador, movilizador y que ofrezca certezas. No basta con relatos morales, necesitamos recuperar el valor de las palabras para que sean semillas inspiradoras. Menos ideología y más poesía.

El tiempo. Las izquierdas han perdido, también, el control del tiempo. Todas las reformas necesitan tiempo: para pensarlas, elaborarlas, pactarlas, aprobarlas. Ejecutarlas y evaluarlas. El interés general, el bien común necesita tiempo. Y resulta incompatible con la aceleración de nuestro entorno. Cuando las izquierdas no pueden dar sentido al tiempo, las urgencias son aprovechadas por los tahúres de la política ofreciendo atajos autoritarios e iliberales. Sin tiempo, no hay paciencia y confianza democráticas. Y sin ellas, no hay opciones para las izquierdas.

La escala. Daron Acemoğlu, Nobel de Economía, afirma: «Nunca hemos tenido empresas tan poderosas como las grandes tecnológicas». Y nunca como hasta ahora la escala de intervención de la política es tan desigual, débil e insuficiente frente a los desafíos de todo tipo: desde los ambientales a los tecnológicos y la desbordante IA. La capacidad regulatoria de la política es casi ridícula. Su fuerza coercitiva para amparar legislaciones y derechos es cada vez más inocua. Hay un problema de escalas: cuestiones globales y empresas transnacionales, frente a estados pequeños y gobiernos débiles. Las izquierdas no tienen instrumentos para ordenar el caos generalizado. Sin un renovado poder político global y regional, no hay espacio para las políticas progresistas.

El vínculo social. En una entrevista reciente para la revista Ethic, con motivo de la publicación de su ensayo Europa encadenada, Sami Naïr advierte que «la lógica imperante es la privatización del vínculo social». Una afirmación contundente que pone en evidencia cómo la creciente mercantilización de los servicios públicos —sanidad, educación, residencias, universidades— erosiona la cohesión social y debilita el sentido de comunidad. Esta deriva, impulsada por las políticas neoliberales que han marcado el rumbo de la Unión Europea desde Maastricht, prioriza la estabilidad macroeconómica por encima del bienestar ciudadano. Como resultado, Europa se aleja cada vez más de su promesa de un modelo social integrador y equitativo y se aproxima a una lógica de acceso desigual a bienes esenciales, donde los derechos se transforman en privilegios.

El deseo. El deseo necesita instituciones que lo acojan y lo transformen en algo socialmente valioso. No bastan ya las consignas ni los marcos ideológicos tradicionales. Como advierte el intelectual Evgeny Morozov en esta entrevista, «la figura del emprendedor resuena profundamente con la naturaleza del individuo postmoderno», porque representa a alguien «inventivo, innovador, que da forma tangible a sus deseos y aspiraciones». El reto para las izquierdas, entonces, no es solo político, sino también cultural e institucional: crear estructuras sostenibles a gran escala que permitan intervenir sobre nuestros deseos y anhelos más profundos. Recuperar el deseo, desde esta perspectiva, implica también recuperar la capacidad de imaginar el futuro, y de hacerlo deseable. Es decir: esperanza.

Publicado en: El Ciervo, en su número 811 (Mayo/Junio 2025)
Leer aquí el reportaje completo (versión .PDF)

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