Entrevista de Manel Riu para Crític, que reproduzco a continuación (versión original publicada en CAT).
Hace 40 años que Antoni Gutiérrez-Rubí (Barcelona, 1960) es asesor político. Ha sido un acompañante clave para algunas de las victorias presidenciales más importantes de la izquierda latinoamericana, como la de Claudia Sheinbaum, en México, o la de Gustavo Petro, en Colombia. También ha trabajado para la derecha, en campañas como la de Juan Manuel Moreno Bonilla, en Andalucía. Tanta experiencia le ha hecho ganar algunos enemigos: hace unos meses, el presidente argentino, Javier Milei, le expuso en las redes sociales acusándole de ser «porquería humana». En esta conversación, nos alejamos de las batallitas electorales para radiografiar uno de los terremotos políticos de fondo que están sacudiendo las democracias en todo el mundo: el nacimiento político de la generación Z. Su último libro, Polarización, soledad y algoritmos (Siglo XXI), analiza sin alarmismo cómo viven y cómo piensan los jóvenes de hoy.
El año 2021, una encuesta detectó que un 75% de los jóvenes veía con preocupación el futuro y consideraba que viviría peor que sus padres. ¿Cómo puede afectar políticamente a un joven crecer sin una perspectiva de mejora de su vida?
Este es un tema central. Es una generación que tiene interiorizada de manera muy dolorosa y desesperanzada la convicción de que vivirá peor que sus padres. El futuro no es un lugar al cual quieren ir, no quieren llegar porque no será mejor. Eso tiene una dimensión personal: tengo 30 años y todavía vivo en casa de mis padres. O, por más que me esfuerce, los trabajos que consiga no serán mejores. Y así no se puede tener autonomía, no hay garantías para el progreso personal o familiar. La cadena entre el esfuerzo, la remuneración y el progreso se ha roto. Cuando esto pasa, se debilita la democracia. Si no tienes futuro, la mirada melancólica hacia el pasado es muy grande, aunque no lo hayas vivido.
¿Esta desesperanza se evitaría con una mejora de las condiciones materiales de los jóvenes, haciendo más asequible la vivienda y subiendo salarios? ¿O con esto no es suficiente?
No sería suficiente, pero sería muy determinante. Ahora está muy interiorizada la idea de que el salario ya no es ningún garante de los recursos necesarios para la autonomía y la independencia personales. La remuneración del trabajo ya no garantiza las necesidades materiales de la juventud.
Naomi Klein defiende que los fascismos siempre son una respuesta a una crisis de época. Y explica que, en la actualidad, es una respuesta a esta ausencia de futuro que provoca la combinación entre el modelo económico imperante y la crisis climática. El nuevo fascismo es una apuesta contra el futuro. ¿Esto explica su éxito en buena parte de los jóvenes?
Yo en esto hago un matiz. Cuando el camino del futuro no es deseable ni garantista, el atajo es atractivo. Y de alguna manera los populismos autoritarios han conseguido inocular la idea de que hay atajos rápidos. Tienen un efecto resolutivo.
Pero estos atajos tampoco permiten llegar al bienestar deseado…
No, pero encuentran culpables, culpables muy evidentes. Son los de fuera, los otros, en un sentido muy amplio de la palabra: las mujeres, los extranjeros, los políticos. Y también es un atajo de ruptura intergeneracional. Los otros también son las generaciones anteriores. Muchos sectores sub-30 viven una rotura del pacto entre padres e hijos, entre abuelos y nietos, con una cierta ira y con decepción. Y lo que ofrecen los atajos es la facilidad para entender y orientar esta mala leche, ofrecen canalizarla políticamente.
En el libro explicáis también que los jóvenes de hoy pasan menos tiempo con los amigos, tienen menos citas y practican menos deporte. Y también hay tasas más altas de soledad, de tristeza, de ansiedad. ¿Cómo se relaciona todo esto?
En los sub-30, la mayoría de las relaciones interpersonales están mediadas por una pantalla. Con estas plataformas puedes recrear una cierta conexión con otras personas cuando estás solo, porque te conectan con el contenido de gente con la que compartes intereses. Al final, estas conexiones te hacen ver el mundo como un espejo, no como una ventana. Es un tipo de prisión digital: a través de estas plataformas, el mundo se asemeja cada vez más al que tú quieres ver y creer. Te acabas aislando, y esto convive con las solitudes y las soledades. Por eso hay menos citas, hay menos encuentros, menos parejas, más dificultades para la socialización. No es un tema menor, este. En las generaciones anteriores, cuando los jóvenes querían encontrarse, tenían que ir a lugares presentes, en tiempo y en ubicación. La rotura del tiempo presente cambia muchísimo las relaciones interpersonales.
Destacáis que en esto hay una gran brecha de clase. Los adolescentes de 13 a 19 años de clase baja utilizan las pantallas dos horas más al día que los de clase alta, según un estudio hecho en Estados Unidos. ¿Qué efectos políticos tiene esto?
En general, los sectores con menos posibilidades socioeconómicas tienen menos recursos para salir, para ir a sitios. Transporte, movilidad, acceso, consumo… Socializar cuesta dinero, mucho dinero. En cambio, no moverte de casa no cuesta dinero: lo que consumes es tu tiempo, tu energía y tu identidad. Por eso los sectores con menos recursos están más tiempo conectados, y esto tiene consecuencias en su salud mental, y también en el modelo de relaciones que tienen. Las plataformas ofrecen la oportunidad de estar muchas y muchas horas en contacto con comunidades que cada vez son más cerradas, que cada vez son más espejo, más burbuja. Y ello tiene este efecto narcótico: piensas que estás conectado, pero cada vez eres más prisionero.
En los últimos años ha crecido una brecha de género en las opiniones políticas de la juventud. Las mujeres jóvenes se han desplazado a la izquierda, y los hombres jóvenes, a la derecha. La brecha también se ha extendido a temas que en principio no tienen tanto a ver con la desigualdad de género, como ahora las opiniones sobre la inmigración o sobre el cambio climático. ¿Por qué?
En los últimos 10 años, el segmento sub-30 ha digerido mal la igualdad entre hombres y mujeres. Ellas obtienen mejores notas, acaban antes la universidad, tienen mejores trabajos, tienen mejores salarios, son más interesantes en general. Y muchos chicos lo han vivido como si esto hubiera sido en contra de su progreso. Ha aumentado el machismo encubierto, pero, sobre todo, la misoginia, el miedo hacia la mujer. Los niveles de madurez de adolescentes y preadolescentes también son diferentes, y todo esto genera un tipo de brutalismo masculino-viril que hace que muchos chicos se sientan mejor conectando digitalmente con otros chicos, porque tienen dificultades reales para socializarse con las chicas. Las ven alejadas, distantes y superiores. Es un proceso creciente en los últimos diez años. Y esta mirada resentida es culpabilizadora hacia las políticas de igualdad. Esto es un problema, de fondo, muy grave. También hace que muchas chicas consideren que los chicos son más prescindibles para todo: para divertirse, para emparejarse, para establecer planes de futuro, para emanciparse… Está provocando generar maneras de vivir muy diferenciadas. Y, cuando se tienen estas maneras de vivir tan diferenciadas, las maneras de ver el mundo también son diferentes. Ellas ven el mundo con una perspectiva más comunitaria, más de solidaridades profundas y con más demanda en general de políticas públicas. Los chicos ven este mundo con más hostilidad y resentimiento, lo ven dominado por ellas.
Por eso en el libro dices que «se hace necesario replantear el mensaje progresista para los hombres». Seguro que hay que procurar alejar este segmento de la población de la extrema derecha, pero, a la vez, si la izquierda se centra en sus demandas, se pueden hacer pasos atrás en la lucha por la igualdad que tanto ha costado incorporar. ¿Cómo se puede encontrar este equilibrio?
Es un gran tema. Yo parto de la idea de que las grandes reformas necesitan mayorías irreversibles, y que las mayorías irreversibles necesitan tiempo. El problema es que la igualdad no se decreta. Hacen falta leyes que la garanticen, sí. Pero la igualdad efectiva es una transformación, no es un decreto. Y los procesos de transformación son lentos, reclaman una maduración sostenida y amplia. Y en los últimos tiempos, dada la urgencia de muchos sectores progresistas para conseguir reformas decretables, quizás hemos perdido de vista que necesitamos reformas culturales y transformadoras, para conseguir que todo el mundo llegue a un punto de no retorno. Te pongo un ejemplo: ¿en qué momento creímos que era una muy mala idea fumar en los aviones? Hay un momento en que la ciudadanía se da cuenta de que es una mala idea. Y después hay una ley que se suma a este clic colectivo que ha hecho la mayoría. Cuando una ley convierte un clima de época en norma, se hace irreversible. Hoy a nadie le pasa por la cabeza que fumar en el avión es un derecho.
Siguiendo tu ejemplo: la hegemonía antitabaco, por así decirlo, también se fortaleció por el hecho de que una discutida ley prohibió fumar en los bares…
¡Sí! Lo que digo es que las normas pueden no ser suficientes, aunque sean imprescindibles. Las izquierdas a veces tienen una tentación aleccionadora y normativa, porque creen que tienen la razón. Hay una superioridad moral que hace que no veas que, quizá, hay cosas que es necesario acompasar o aplazar hasta conseguir mayorías realmente irreversibles y transversales. La tentación normativa es arrogancia política que, a veces, provoca retrocesos. Creo que la izquierda tiene que poner más el foco en los procesos culturales y no solo en las reformas normativas. No es solo la norma: es la reforma cultural la que hay que garantizar.
En los últimos años ha tenido mucho éxito entre los hombres jóvenes la tendencia de querer ganar dinero de maneras arriesgadas, los cryptobros, las apuestas deportivas, y a la vez tendencias que apuntan al éxito individual basado en el esfuerzo, como los gymbros. ¿Cómo interpretas esta dualidad? ¿O qué tienen en común?
Esto tiene que ver con la idea de que el trabajo y la remuneración no son suficientes. El que progresa a partir del esfuerzo constante y perseverante, en el fondo, es un looser, porque siempre será insuficiente. Si el salario es una mierda, lo que hace falta es ser audaz y arriesgarse, es desvincular el trabajo de la obtención de rentas. Es muy tentador, y el mundo cryptobro va en esta dirección. Los gymbros son otro fenómeno: detrás está la idea de la exhibición de la virilidad y de una masculinidad tradicional, aunque muchos sean también cryptos. En las elecciones norteamericanas, Donald Trump hizo una gran inversión publicitaria segmentando muchísimos mensajes en los gimnasios de los Estados Unidos con un gran éxito.
Explicas que la extrema derecha se ha hecho fuerte en las nuevas formas de comunicación digital, especialmente en YouTube. Buena parte de su éxito ha sido llegar a jóvenes inicialmente poco politizados. ¿La izquierda ha sido menos hábil en el campo de las redes sociales? ¿Por qué?
Sí. Creo que es por diversos fenómenos. Una parte es porque la cultura del espectáculo es despreciada por las izquierdas. La cultura digital es una cultura de espectáculo y de impacto. Pero en la izquierda hay cierta aversión, un recelo, a crear contenidos que tienen cierta apariencia de superficialidad, pero que tienen cargas simbólicas de fondo. La izquierda lo vive con cierta incomodidad. En cambio, la nueva derecha está entendiendo con mucha habilidad los nuevos medios digitales, como los pódcast y los streamers. La cantidad de influencers autoritarios o de extrema derecha, y la producción de contenidos que hacen, es muy superior. La proporción es de tres a uno, o de cuatro a uno.
Hay quien culpa a las plataformas: dicen que es por diseño que favorecen a la extrema derecha.
Es cierto que los algoritmos crean cápsulas, burbujas y dependencias digitales. Pero no todo se puede explicar por los algoritmos y por las plataformas. Aquí hay una lucha cultural masculinizada, militarizada y desinhibida de la extrema derecha, que ha sabido utilizar el espectáculo de impacto y el show. Hay una estrategia de ruptura contra el statu quo y contra los convencionalismos, incluso con el lenguaje, que los hace muy atractivos. Y, en general, el discurso digital de la izquierda es un discurso un poco predicador. Cuando quieres tener la razón, solo quieres que te la den, y esta superioridad moral está muy presente en la izquierda. En cambio, las nuevas derechas se mueven con mucha más desinhibición. Las dicen más gordas, dicen más barbaridades, y esto también es un atractivo. La cultura digital es una cultura de impacto, pero la izquierda está más contenida. Está como con el freno de mano puesto. Todos estos elementos han hecho que las nuevas derechas sean atractivas, sobre todo en el segmento sub-30 y entre los hombres. Y, a pesar de que se va produciendo una cierta nivelación, no es suficiente. La ventaja que tiene la extrema derecha en las redes es muy superior.
Pones como ejemplo contrario al expresidente de México, Andrés Manuel López Obrador, como líder de izquierdas que sí que ha sabido comunicar en esta nueva era. ¿Qué ha hecho diferente?
Ha tenido una constancia y una perseverancia muy sólidas, con una rueda de prensa cada día a las siete de la mañana. Sin tener formas contemporáneas ni modernas, esta constancia ha transmitido una fortaleza que es atractiva. Si hace una rueda de prensa diaria, es que es un hombre fuerte, que ordena. Esta idea de la fortaleza es atractiva.
Se ha acusado la izquierda de estar demasiado preocupada por la batalla cultural, cosas como la cultura de la cancelación, en lugar de focalizarse en los problemas materiales. Pero al mismo tiempo la extrema derecha avanza con las polémicas generadas desde la batalla cultural. ¿Qué tenemos que hacer, con esta contradicción?
La creación de climas de época es el gran objetivo político transformador. Es decir, conseguir que se produzca una decantación final. Como dice el poema, no sabes cuánto pesa un copo de nieve; pero, si caen muchos, hay uno que acaba rompiendo la rama del árbol. ¿Cuántos copos de nieve tienen que caer para conseguir que aquella rama se rompa? ¿Cuántos copos hacen falta para conseguir que fumar dentro del avión no sea aceptable para nadie? No lo sabemos, pero solo se puede conseguir con producción cultural. Las fuerzas políticas transformadoras y de izquierdas tienen que convertirse en agencias culturales. Tienen que producir contenidos. Porque lo que genera una opinión en la gente es el consumo de contenidos. No es la interpretación de la verdad o la creación de normas sobre la realidad. Lo que crea opinión en la gente es aquello que siente. Y lo que siente y el consumo de contenidos están íntimamente ligados. La mejor manera de librar un combate transformador y progresista es convertirse en una agencia de contenidos culturales. Lo que deben hacer las fuerzas políticas que quieran tener una orientación transformadora es crear contenidos muy interesantes. En TikTok, estas semanas, se ve a muchísimos chicos y chicas que te ayudan a descubrir la lengua catalana. Lo hacen de manera divertida, desinhibida, no es paternal. Es un contenido atractivo. Creo que esta es una muy buena vía. El humor y la creatividad tendrían que ser armas de las izquierdas. Y usarlas de manera mucho más desinhibida y divertida y menos acomplejada.
Publicada a: CRÍTIC (07.10.2025)
Fotografia: ©Ivan Giménez