TikTok no funciona en China como en el resto del mundo. Su logo es igual y también lo son sus formatos de publicación e incluso la duración de sus vídeos. Pero el algoritmo, ese que nutre el feed infinito que lanzó a la fama la aplicación y la ha hecho adictiva en más de medio planeta, tiene diferencias muy significativas. Entre los menores de catorce años, por ejemplo, propone contenidos más culturales y educativos, a la vez que impone un límite de tiempo en pantalla de cuarenta minutos al día. En contraste, en Estados Unidos los menores de dieciocho años pasan más de ocho horas con el móvil y, en España, más de tres.
No es solo TikTok. Redes como Instagram y YouTube han emulado el funcionamiento de la red china para no perder influencia entre las nuevas generaciones. Los vídeos cortos y de entretenimiento, las piezas de confrontación y las imágenes impactantes que tanto gustan al algoritmo por el engagement que generan influyen decisivamente en la manera en la que los jóvenes socializan, se educan y desarrollan sus preferencias e intereses, tema que investigamos en profundidad para el libro Polarización, soledad y algoritmos. Una radiografía de las nuevas generaciones.
Jonathan Haidt, psicólogo de la Universidad de Nueva York que ha estudiado el impacto de las redes sociales en la generación Z, publicó recientemente un artículo sugerente en el que contaba su experiencia al preguntar a la inteligencia artificial cómo destruiría a los jóvenes estadounidenses si deseara hacerlo. La respuesta guardaba un escalofriante parecido con la realidad actual: «No recurriría a la violencia. Recurriría a la conveniencia […] Los mantendría ocupados. Siempre distraídos».
De acuerdo con diferentes investigaciones, la capacidad de atención de los adolescentes de Estados Unidos se ha reducido a noventa segundos. En TikTok, el tiempo promedio de reproducción es de 3,75 segundos, lo que genera una guerra de estímulos en cada vídeo que golpea la capacidad de consumir contenidos más extensos. Según un estudio de este año del Financial Times, esto tiene consecuencias negativas sobre el aprendizaje y el procesamiento de información.
Las consecuencias van más allá. Los niveles de ansiedad, de soledad y de suicidios entre los jóvenes han aumentado desde que inició el apogeo de las redes sociales. También su desconfianza en instituciones tradicionales como los medios de comunicación, los expertos o gobiernos, lo que lleva a muchos a desarrollar un sentimiento antisistema que, en ocasiones, les hace considerar justificada la violencia para exigir cambios. Por eso, en parte, las protestas de la generación Z han aumentado en el último año.
Pero el impacto de los algoritmos no se limita a los jóvenes. Máriam Martínez-Bascuñán advierte que estamos presenciando el fin del mundo común. Debido a las burbujas de las redes sociales, sustituimos la pluralidad por la lógica tribal en la que la fidelidad al grupo prevalece por encima de la propia opinión o la evidencia. El efecto de las redes y de sus algoritmos ya ha dejado de ser un secreto. Se habla de él cada vez con más contundencia. ¿Se puede producir entonces un cambio de percepción similar o incluso mayor al de las tabacaleras en el siglo XX?
¿Reacción contra las ‘big tech’?
Ayer, 10 de diciembre, entró en vigor una regulación en Australia que prohíbe que los menores de 16 años utilicen redes sociales como Instagram y TikTok. El país se convierte así en uno de los precursores de este tipo de medidas restrictivas. Le han seguido varios más: Dinamarca, Corea del Sur, Brasil, Nueva Zelanda, Francia, algunos estados y ciudades de Estados Unidos y Argentina, entre otros.
El alcance de las medidas es variado, pero todas hacen hincapié en que los adolescentes no puedan utilizar sus móviles en las escuelas. De acuerdo con un informe basado en las pruebas PISA 2022, el 30% de los estudiantes en países de la OCDE admitían que se distraían en clase por culpa de estos aparatos.
Este frente es solo uno de los distintos obstáculos que están teniendo que enfrentar las grandes tecnológicas que controlan las redes y sus algoritmos. Son los primeros signos de lo que podría ser una rebelión de ciudadanos hartos. Este despertar implica una amenaza reputacional mucho mayor para estas empresas.
En febrero de 2025, Ipsos publicó un sondeo sobre la imagen de los diez millonarios más ricos de Estados Unidos. Mark Zuckerberg, el dueño de Meta (Instagram, Facebook y WhatsApp), tenía la peor imagen de todos: casi dos de cada tres estadounidenses opinan negativamente de él. Desde entonces, no parece probable que la situación haya mejorado: en julio tuvo que pagar 8.000 millones de dólares para evitar ir a un juicio sobre el uso consciente de datos privados en el escándalo de Cambridge Analytica. Antes, debió pedir disculpas a las familias de jóvenes que han sufrido problemas a causa de sus redes sociales y, a inicios de 2025, se publicó un libro en el que una exdirectiva de Facebook denuncia los intereses políticos del magnate.
Además, los manejos poco éticos de la empresa continúan generando la deserción de trabajadores y científicos expertos. En noviembre, Yann LeCun, responsable de investigación de IA en Meta, dejó su puesto argumentando que se debe trabajar por un sistema que tenga una mejor comprensión del mundo físico.
El caso de Zuckerberg no es único. Una encuesta de marzo encontró que, entre las diez empresas tecnológicas más conocidas, las cuatro con peor imagen gestionan redes sociales o están directamente relacionadas con ellas: Meta, Tesla, TikTok y X. Además, cuatro de cada diez adolescentes dicen haber disminuido su uso de estas aplicaciones en comparación con 2022 y ha aumentado de manera importante el porcentaje de los que consideran que tienen efectos negativos.
La guerra por dominar el mercado de inteligencia artificial alimenta aún más la desconfianza. Meta y X han estado en el centro de escándalos por los contenidos sexuales y violentos de sus chatbots, a la vez que ChatGPT enfrenta varias demandas por incitar conductas suicidas. Este caldo de cultivo empieza a ser aprovechado por las narrativas políticas. El lazo fuerte y público de Donald Trump con los millonarios de Silicon Valley ya está siendo utilizado por figuras del Partido Demócrata como Bernie Sanders. El senador apunta directamente a las grandes tecnológicas cuando habla de «luchar contra la oligarquía».
En un momento político en el que la batalla por la asequibilidad está en el centro del escenario, el señalamiento de estos multimillonarios como un enemigo puede resultar especialmente atractivo: a más de cuatro de cada diez estadounidenses les preocupa que la IA pueda reemplazar puestos de trabajo. El despertar político de Trump se debió en parte al impacto económico local de la globalización. ¿Podría su sucesor aprovechar ahora el descontento por la disrupción de la tecnología?
Fotografía: Xiao Jie para Unsplash
Artículos de interés:
– Dudas, bromas y trucos virales en Australia al apagar las redes a los menores: “Es la ocasión de desengancharse” (José Pablo Criales. El País, 10.12.2025)
– Estados y sociedad civil impulsan poco a poco una nueva IA de ‘software’ libre (Mariana Vilnitzky. Revista Alternativas Económicas, Diciembre 2025/141)










