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El intérprete y la política

Richard Sennett escribió El intérprete (2024), un libro imprescindible para comprender la relación entre poder y liturgia, política e interpretación. En el texto, trufado de citas extraordinarias y reveladoras sobre este vínculo, encontramos esta de William Shakespeare y su obra Como gustéis: «El mundo es un escenario, y todos los hombres y mujeres meros actores: tienen sus salidas y entradas». Somos un guion, un escenario, un papel, un público.

La política, a lo largo de la historia, ha usado las artes escénicas y la dramaturgia como instrumento de poder. Así la representación democrática se convierte, en gran medida, en una interpretación.

Luis XIV, por ejemplo, bailó en público desde 1653 hasta principios de la década de 1670. Durante ese período, escribe el historiador Philippe Beaussant, las veladas de danza pasaron «del soberano mezclándose con sus súbditos, entre ellos y con ellos, al soberano como director de una coreografía centrada solo en sí mismo». El arte simbolizaba su jactancia de que «L’État, c’est moi», a través de su centralidad en la escena: el artista, soy yo; y el protagonista, también.

En la cultura popular, hacer teatro y ser un teatrero, es sinónimo de farsa, engaño y simulación exagerada. El pueblo (el público) tiene un instinto natural para saber qué proporción hay de realidad o de impostura en cualquier escenificación. El cuerpo habla y los electores (y espectadores) entienden y descubren las artes del actor cuando este no es capaz de interpretar la realidad, pero sí un guion o un papel. La popular cantante La Lupe lo cantaba muy bien: «Teatro / Lo tuyo es puro teatro/ Falsedad bien ensayada / Estudiado simulacro».

¿Pero se puede atrofiar esa capacidad? ¿Podemos quedar cegados ante el sinfín de interpretaciones? El dramaturgo Arthur Miller así lo creía. En 2001, advirtió que vivir rodeados de representaciones teatrales hace que resulte más difícil identificar la realidad. Y no sólo por engaño, sino a veces por voluntad propia. Como decía Max Weber y nos recuerda Senett en su libro: «Los hechos siempre serán víctimas del deseo».

Publicado en: La Vanguardia (11.08.2025)
Fotografía: Pixabay

 

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