Un pasmo frío nos atrapa cada día más, lentamente. Predecir el futuro, hacer planes a medio y largo plazo o confiar en el porvenir como un escenario superador y redentor se vuelve más inasible, inaccesible. Sin horizontes compartidos y visibles, estamos indefensos. Es el frío del miedo al mañana. Es la duda que cala los huesos. Cuando el futuro no es seguro, nadie quiere avanzar hacia él y los presentes exigentes, las soluciones fáciles y los atajos se ofrecen como alternativa. Richard Sennett, en su libro El intérprete: Arte, vida, política, lo explica muy bien: «El futuro se bifurca en el tiempo y toma dos caminos: el pronóstico y el presentimiento. En el pronóstico uno puede tener casi la certeza de lo que va a suceder, y sabe las medidas que hay que tomar para hacer que tenga lugar tal probabilidad. El presentimiento queda fuera del marco deductivo, es un albur, una intuición somatizada de miedos, dudas y anhelos. El presentimiento inspira sentimientos de inseguridad ontológica: no se sabe lo que va a pasar, pero se teme lo peor».
En esas brasas, en este temor, anida y echa raíces la oferta radical y extrema. La filósofa política Jennifer Mitzen cree que la inseguridad ontológica empuja a la gente a la política extrema —mayoritariamente de derechas— a fin de mitigar esa ansiedad interior cotidiana. El miedo, poderoso y movilizador, se convierte en el cemento del odio y de los prejuicios. Estos, una vez sólidos, no se pueden remover.
Cada vez sabemos más sobre los fundamentos protectores del radicalismo extremo como antídoto a la incertidumbre. Un nuevo estudio publicado en European Journal of Social Psychology muestra que, en general, la mayoría de las personas tienden a apoyar con más fuerza a líderes políticos radicales que a moderados, no solo por sus propuestas, sino porque, en el ámbito individual y personal, logran hacerlas sentir más importantes. Estos líderes, al comprender los miedos y no juzgarlos —muchas veces incluso justificarlos—, liberan de culpa a los ciudadanos y permiten una renovada conexión representativa y participativa. En palabras de Eric W. Dolan en PsyPost : «Al percibir que un líder promueve cambios audaces o revolucionarios, los seguidores experimentan un mayor sentido de propósito y conexión, lo que incrementa su compromiso, disposición a hacer campaña y hasta a realizar sacrificios. Esta implicación se basa en una recompensa psicológica: la sensación de que su participación tiene un valor significativo y transformador».
La batalla por dotar al futuro de sentido y previsibilidad es la primera batalla democrática. Es la base de cualquier promesa, es la pista de aterrizaje para la confianza pública. Las opciones progresistas y liberales deberían dedicar más esfuerzos a las garantías, a las seguridades, a los compromisos. Las transformaciones son importantes, sí; han sido la base de las ampliaciones de derechos. Pero hoy, lo que está en juego es otra cosa: es la confianza en el mañana. Esa es la urgencia democrática.
Publicado en: La Vanguardia (01.09.2025)
Fotografía: Ruslan Fatihov para Unsplash