Diez años después de esta entrevista, converso de nuevo con Francesc Ribera Raichs. En esta ocasión, hablamos para inQualitas, sobre sobre calidad política y sostenibilidad de la democracia. Una entrevista que reproduzco a continuación:
La democracia liberal necesita una narrativa optimista de futuro. La democracia no fracasa, el fracaso está en quienes dejan de saber cómo llevarla a la práctica.
Se dice que las campañas electorales se hacen con la poesía, pero se acaba gobernando con la prosa. En 40 años de experiencia usted seguramente ha visto de todo. Pero hemos entrado en un tiempo histórico diferente. Ahora existe la percepción generalizada de que estamos ante una grave encrucijada en la que nos jugamos incluso el futuro de nuestra especie. Aquí, sin embargo, trataremos solamente de la subsistencia o la muerte del menos malo de los sistemas políticos conocidos hasta ahora, asunto que al fin y al cabo influye en casi todos los órdenes de la vida individual y colectiva. ¿En general y desde el punto de vista de su especialidad cómo describiría en pocas palabras la coyuntura actual?
Estamos viviendo tiempos difíciles en los que la palabra sirve más para destruir que para construir debido a los discursos autoritarios, xenófobos y antidemocráticos. El miedo que sienten muchos ciudadanos ante la reducción de oportunidades y la pérdida de una narrativa esperanzadora y creíble sobre el futuro hace que miren con buenos ojos alternativas extremistas y radicales que se limitan a señalar culpables y proponer soluciones simplistas que no resuelven realmente los problemas. Necesitamos recuperar el valor de la palabra para que sirva nuevamente para construir, como en el pasado cuando hizo posible la conquista de la libertad y la democracia.
Destaca en su trayectoria profesional una intensa actividad en el ámbito político hispanoamericano (por ejemplo, en Argentina, Colombia, Chile y asesorando la campaña electoral de la Dra. Claudia Sheinbaum en México), de manera que nos centraremos en América en general y, puesto que gran parte de los problemas son intercambiables, tocaremos a la vez los aspectos europeos de la cuestión, con los que también mantiene un contacto profundo y permanente. Si todo el continente acaba convirtiéndose en a una especie de ínsula Barataria de Donald Trump, ¿cómo pueden ser las próximas campañas electorales hispanoamericanas? ¿Cuál es su percepción del problema?
Creo que el impacto de Trump en América Latina hay que verlo desde dos puntos de vista. El primero es que, sea por estrategia o por improvisación, su presidencia se caracteriza por un gran desorden que hace difícil poder planificar y gobernar. En su último informe para Eurasia Group (consultora de riesgo político fundada en 1998) Ian Bremmer estimaba que estamos volviendo a la ley de la selva. Desde esta perspectiva, tendrán mayor éxito y mejores perspectivas electorales los gobernantes que sepan sobrellevar a Trump y mantengan a sus países al margen de su atención y sus decisiones. Sheinbaum ha hecho un buen trabajo hasta ahora en ese sentido, sabiendo cómo medir los impulsos del presidente estadounidense para que México no se vea más afectado de lo irremediable por el hecho de hacer frontera con EE. UU. La contracara de esto es polarizar con Trump, como hizo Mark Carney en las elecciones canadienses. Pero puede que sea sólo efectivo si estás muy cerca de las elecciones, enfrentas a un rival similar al republicano y tu país está siendo víctima de un ataque directo, como fue el caso de Canadá.
El segundo punto de vista es el impacto de Trump en el juego democrático. Su retórica sin matices, su desprecio por las reglas del juego y sus arbitrariedades configuran una nueva forma de hacer política. Quizá más adelante la realidad y los resultados prueben lo errado de ese proceder, pero mientras eso no pase habrá quienes buscarán imitarle. En algunos países latinoamericanos, vemos candidatos que pretenden copiar sus formas, y eso impacta en la polarización y la agresividad de las campañas.
Parece evidente que la libertad no está garantizada en los países con democracias consolidadas, como es el caso de Europa si nos atenemos a los últimos resultados electorales y a las previsiones respecto a los comicios que se van a convocar a corto plazo. A un lado y al otro del Charco, enfangados como estamos en toda clase de nacional-populismos de derechas y de izquierdas, ¿en qué puntos cree que debería incidirse más en la agenda política de los gobiernos moderados o centrados y en los mensajes de las personalidades con autoridad moral e intelectual dirigidos a la opinión pública?
Creo que la democracia enfrenta hoy un grave riesgo: el de la parálisis por sobrediagnóstico. Necesitamos actuar para recuperarla y no quedarnos abrumados ante la situación que estamos viviendo. Lo más urgente es que el civismo democrático empiece a trabajar para reconstruir los lazos comunitarios y el espacio público. Como dice Richard Sennett: «Necesitamos recobrar la experiencia de la vida pública, el reencuentro directo con personas que no son como nosotros». Nuestras sociedades son cada vez más individualistas y los discursos extremistas, como el de Trump, invitan a ver el mundo desde la óptica de un juego suma cero: lo que gano yo otro lo tiene que perder y viceversa. Si no se muestra que eso no es cierto y que el bien común es posible y debe trabajarse por él, será difícil que las democracias recuperen su salud.
Por desgracia, la presión de las ultraderechas populistas aumenta cada día que pasa. Es muy alarmante su penetración entre la población joven. Al margen de los motivos económicos y sociales de fondo que hay en esta tendencia profunda, ¿cómo piensa que puede interpretarse —y neutralizarse si es posible— desde el punto de vista de los medios de comunicación, los tradicionales y los más recientes?
Creo que no nos debemos limitar a la idea de que los jóvenes apoyan ahora a la ultraderecha. En los últimos dos años se ha puesto de moda pensar eso, así como antes en EE. UU. se les veía como el grupo más progresista. Ni una cosa ni la otra. Lo que sí es cierto es que, en diversos países, entre los varones jóvenes ha habido un movimiento hacia los partidos de extrema derecha y sus posturas, mientras que entre las mujeres jóvenes se apoya más a los de izquierda. Sin embargo, eso está muy ligado al hecho de que entre los jóvenes de hoy hay una fuerte tendencia antisistema. La línea de progreso parece haberse acabado. La idea de que los hijos viven mejor que sus padres ya no existe. Muchos jóvenes piensan que no tendrán una jubilación o que nunca podrán comprar una casa. Esto genera una fuerte reacción contra el sistema, que se considera que no está dando los resultados adecuados. También influyen las redes sociales, la polarización y los mensajes extremistas.
Con toda probabilidad, uno de los motivos recurrentes en esta serie de conversaciones sobre la desconsolidación de la democracia va a ser el adelgazamiento económico de las clases medias. Como es sabido, el sistema político se basa en esencia en la fortaleza de la parte de la sociedad que englobamos en el concepto de “clase media”, con lo que decir democracia es en el fondo decir “mesocracia”. En EE. UU. ya se verá si el ultra proteccionismo económico se convierte en una especie de maná para esta parte de la población. De momento constatamos solamente que, por la misma lógica de la acumulación capitalista, la riqueza se concentra progresivamente en pocas manos. ¿Cómo diría que se percibe el fenómeno en el centro y en sur del continente americano? ¿Existen clases medias urbanas suficientemente potentes para augurar un buen futuro para la democracia en la América hispana?
El problema de la desigualdad es uno de los retos más importantes que enfrentan las democracias consolidadas y una gran dificultad que ha estado presente en América Latina desde hace mucho tiempo. La situación no ha mejorado como se querría y la mayor prueba de ello es que en el último Reporte de IPSOS sobre Populismos en el mundo, 5 de los 6 países latinoamericanos que fueron estudiados tuvieron un Índice de Sociedad Rota más alto que el promedio mundial (Perú, Brasil, Argentina, Colombia y Chile). Esto significa que un grueso de la sociedad considera que una élite minoritaria concentra el poder y los beneficios económicos y el sistema político tiene que reformarse o cambiar. Ese es uno de los fenómenos que está alimentando el populismo y el extremismo y que los políticos demócratas deben abordar de manera urgente.
Ahí está, pues, la cuestión. Precisamente, otro leitmotiv en el que iremos incidiendo se resume en una fórmula sencilla: “No se puede reformar el capitalismo sin reformar antes la democracia”. La mejora del sistema político, en mi opinión, empieza por mejorar la calidad profesional y humana de la llamada clase política, o “casta” como se la viene denominando recientemente en España. En cuanto a la política americana, en el gran vecino del norte alrededor de Trump se manifiestan elementos humanos con formación y trayectorias más bien pobres. Aunque entre las bambalinas se percibe la acción de alguna mano experta que mueve ese teatrito político. Por ejemplo, la anunciada ampliación de la Casa Blanca para instalar una gran sala de baile. Para acabar probablemente en la ampliación del espacio físico disponible para el poder ejecutivo, en detrimento de los otros dos poderes del estado democrático (en el sur, no sabemos a día de hoy si es previsible, pongamos por caso, otra ocupación de la Casa Rosada, por algún militar golpista). ¿En todo caso cómo interpreta y cómo se percibe en la América hispana el golpe de estado blando a la democracia que día a día se está perpetrando en el norte?
Como mencionaba antes y como ocurre en el mundo, no hay una única visión sobre Trump en América Latina. Existe una parte de la élite económica y política que le ve como un modelo a seguir, que imita sus formas y piensa que es la solución ante los avances de la izquierda en las últimas décadas. Su discurso les permite introducir ciertos temas y debates en la sociedad. Es la forma de activar en América Latina la misma batalla cultural que se libra en EE. UU. Por eso, Javier Milei, Nayib Bukele, Daniel Noboa y los Bolsonaro muestran públicamente su cercanía a Trump. Por otra parte, su radicalidad y extremismo representa una oportunidad para otros sectores que han abogado por un esquema económico y político más independiente de EE. UU. Es el caso, por ejemplo, de Brasil, que ha aprovechado para estrechar lazos con los BRICS y, de manera especial, con China. Más allá de la dirigencia política, un sector de la sociedad cansado por la falta de resultados puede conectar con su relato antisistema y anti institucional. Sin embargo, hay un grueso de la población que continúa valorando de manera muy amplia la democracia y no ve bien el giro que está tomando la Casa Blanca. El reporte sobre populismo de IPSOS tiene otro dato ilustrativo en este sentido. A pesar de que 5 de los 6 países latinoamericanos tienen un Índice de Sociedad Rota superior a la media, 4 de los 6 están por debajo del promedio, cuando se pregunta si creen necesario un líder fuerte dispuesto a romper las reglas.
De acuerdo, pero de momento todo hace pensar que la nueva “sala de baile” puede muy bien convertirse en una secuela de la película Danzad, danzad, malditos (They Shoot Horses, Don’t They? de Sidney Pollack, 1969), que en Hispanoamérica se tituló Baile de ilusiones… Pero volvamos a la comunicación política en la que el poder digital acumulado por la tecno-oligarquía estadounidense está siendo determinante. Los medios de comunicación tradicionales y, en principio más solventes, están siendo desplazados por las modernas colmenas sociales, especialmente entre los jóvenes, igual que en Europa. ¿Cómo se percibe el proceso en esta gran área americana en la que compartimos nuestras lenguas y culturas latinas?
El nuevo ecosistema mediático ya es una realidad, sobre todo en países con poblaciones más jóvenes, como América Latina. El porcentaje de ciudadanos que utilizan TikTok o YouTube para informarse es mayor en esta región que en EE. UU. o Europa, de acuerdo con el último Digital News Report de Reuters. En este nuevo escenario, el intercambio de información es mucho más caótico por la abundancia de datos y de actores y la esfera pública se fragmenta porque cada vez menos mensajes tienen un alcance masivo. Esto dificulta que podamos tener comunidades sólidas, a la vez que propicia la aparición de nuevos líderes de opinión: los influencers. Estos personajes tienen cada vez más impacto sobre las decisiones del público, especialmente de los jóvenes, en diversas áreas, incluyendo la política. Si seguimos por esta vía, potenciada por los algoritmos, es probable que sea más difícil encontrar puntos en común. Por eso, insisto en que el principal reto de la democracia es reconstruir y fortalecer las comunidades.
Para terminar, una pregunta breve, con una respuesta, por favor, igualmente breve: ¿En su opinión es sostenible la democracia liberal o está condenada al fracaso?
Una de las cosas que más necesita en este momento la democracia liberal es una narrativa optimista de futuro, y eso comienza por confirmar su gran importancia y su posibilidad de reinventarse para seguir funcionando como sistema político por muchas más décadas. Por consiguiente, sí, sin duda que es sostenible. La democracia liberal no fracasa, el fracaso estaría en quienes dejan de saber cómo llevarla a la práctica.
Publicada en: inQualitas.net (01.10.2025)
Enlaces asociados:
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– Observatorio Trump para El País US