InicioComunicaciónComPolVivir las ideas (políticas) para combatir el fragmento y el olvido

Vivir las ideas (políticas) para combatir el fragmento y el olvido

«La vida sin memoria no es vida». Luis Buñuel

Manfred Osten ha escrito recientemente un interesante e imprescindible libro: La memoria robada. Los sistemas digitales y la destrucción de la cultura del recuerdo. Breve historia del olvido. El autor nos alerta de que «aunque los sistemas son cada vez más potentes y de ellos se espera que descarguen de trabajo a la memoria humana, se están volviendo cada vez más frágiles y, de este modo, están propiciando la pérdida irreparable de la memoria cultural».

La reflexión es muy pertinente —y merece un debate— en un mundo en el que la tecnología de tratamiento, almacenamiento y gestión de datos es capaz de doblar, casi anualmente, toda la información disponible. Quizás, antes de 2040 la capacidad de procesamiento de Internet será mayor que la de los cerebros de todos los habitantes de la Tierra. Una reflexión imprescindible, también, para el ámbito de la política.

La fragilidad tecnológica de la que habla Osten ¿es la causa o la consecuencia de una creciente cultura del olvido?  Como apunta Juan Freire, «existen diferentes velocidades en los desarrollos tecnológicos que deberían avanzar en paralelo. Así, hemos pasado a archivar ‘cerebros externos’ sin preocuparnos demasiado por la fiabilidad de los sistemas tecnológicos que nos dan soporte. Esto posiblemente tenga relación con la escasa preocupación que mostramos por pensar en los nuevos modos en que manejaremos esas memorias externas en el futuro.»

Disponemos de más memoria (informática) y cada vez sentimos -crecientemente- que se desvanece aquello que deberíamos recordar siempre y nunca olvidar. Una sensación extraña nos invade al guardar y archivar digitalmente. ¿Es el inicio de la pérdida de la memoria en relación al dato, la cita, la idea? ¿Archivamos para olvidar? Algunos expertos hablan de un nuevo «Síndrome de Diógenes», ante la capacidad de memoria de nuestros dispositivos informáticos y nuestra pereza psicológica para elegir (es decir, decidir «eliminar»), lo que nos lleva a almacenar basura o a engancharnos a todo tipo de recuerdos que acabamos olvidando.

Las voces de alerta de los que consideran que nuestra capacidad de archivo también puede ser una amenaza, más allá de las obvias oportunidades, se hacen más audibles y persistentes que nunca. Y aunque alimentan, de nuevo, un cierto fatalismo y desconfianza hacia la tecnología, lo cierto es que el desenlace  dependerá, como siempre, de nuestro uso y de nuestra formación para utilizar las posibilidades de la tecnología y de cómo vivamos y sintamos cada  dato, cada idea, cada link.

El debate iniciado —y casi ignorado— tiene profundas repercusiones en el ámbito de la política democrática. Si la política olvida o no recuerda, o no es capaz de rememorar, las posibilidades de volver a cometer errores históricos aumenta. La política no puede olvidar lo que siempre debería recordar. Nuestra capacidad de archivo y almacenamiento es un arma de doble filo si relaja el discurso de la historia en la oferta política democrática. Quizás una explicación que debería merecer más nuestra atención es que el resurgimiento de la ultraderecha en las elecciones europeas de 2009, así como el creciente número de expresiones políticas xenófobas responde a que parte de la política democrática (en especial la socialdemócrata) ha relajado su capacidad de memoria y recuerdo. La izquierda, atrapada por la gestión del presente y olvidando la historia, ha perdido el discurso del futuro.

Aristóteles creía que la memoria estaba alojada en el corazón (que consideraba mucho más importante como órgano humano que al cerebro), por eso los romanos empleaban la palabra recordari, derivada del cor (corazón) cuando hablaban de lo que no se podía —o debía— olvidar. La memoria no garantiza el recuerdo si no es emocional. Sólo los recuerdos vividos son perdurables y no se olvidan. Ahí están las oportunidades para la política, para los progresistas. Vivir el presente, vivir las ideas, para no olvidarlas y, así, ser capaces de un relato de la esperanza y del futuro.

Quizás Aristóteles tenía razón. El Informe Grand Challenges in Computing Research 2008 —de la prestigiosa institución British Computer Society BCS  —recoge los avances del proyecto Memories for Life, del profesor de inteligencia artificial Nigel Shadbolt de la Universidad de Southampton (Reino Unido). Asegura el científico que en el transcurso de los próximos 20 años los ordenadores reconocerán emociones humanas y podrán almacenar, en una sola unidad, toda la información, experiencias y emociones de un individuo a lo largo de toda su vida. La creación de estos «archivos del conocimiento», y sus complejas interrelaciones, permitirían, también, comprender (sentir, vivir, saber…) qué sucedió en el pasado y explorar, con mejor capacidad de anticipación, los escenarios del futuro.

La biotecnología podrá ayudarnos a predecir el futuro y recordar, para siempre, lo que nunca deberíamos olvidar: nuestros errores individuales y colectivos. Aunque también nos tentará justo lo contrario. The Times informaba hace unas semanas que unos investigadores de Brooklyn, Nueva York, han probado un fármaco en unas ratas capaz de bloquear una sustancia química fundamental para la memoria. En el futuro podríamos borrar miedos crónicos o —quizás— adicciones. Son imaginables también otras hipótesis menos positivas.

La comunicación fragmentada
Al mismo tiempo que nuestra capacidad para el archivo aumenta, se impone una fragmentación acelerada de la comunicación, en especial en las redes sociales y en los entornos digitales, que contribuye al vértigo ante un modelo relacional en el que parece primar el instante, lo inmediato, lo fugaz.
Vivimos guardando favoritos (o amigos) con diversos marcadores y rastros digitales en nuestros navegadores o repositorios online que difícilmente volveremos a ver o releer. Referenciamos (archivamos) constantemente, pero la aceleración —competitiva— de los procesos de comunicación y relación en la Red nos aleja de la memoria que asocia y construye; no de la que acumula y guarda. No es de extrañar, en este contexto, que un éxito de ventas reciente se titule Cómo hablar de los libros que no se han leído (Pierre Bayard).

Hablamos con fragmentos, con citas que podemos recordar y repetir. Nuestra capacidad de reflexión, contraste, debate… puede verse cuestionada por la apología de lo breve (el síndrome de los 140 caracteres tan habitual en la mensajería corta o en Twitter, por ejemplo). Daniel Innerarity habla de que «prima el presente, y las líneas del tiempo apenas contemplan el pasado inmediato, pero casi nada el futuro. Vivimos una época de imperialismo temporal».

El prestigio del aforismo crece, sus metáforas son cada vez más valoradas, su intensa síntesis provoca fascinación. Estas, además, se verán pronto superadas —y enriquecidas— con una nueva dimensión del recuerdo y la memoria gracias a los desarrollos de la web semántica y de las propias características de Internet. ¡Por fin, podemos repetir, sin tener que elaborar! La conversación fragmentada se impone. Lo breve y rápido gana la batalla a lo denso y lento. Pero, ¿podremos afrontar la complejidad, desde lo casi efímero, desde esta fugacidad que caracteriza parcialmente muchas de nuestras relaciones y conversaciones digitales? ¿O deberemos a aprender, de nuevo, a reconstruir, a relacionar, a sumar?

No debería sorprender, pues, que en la cultura digital, seguir una conversación sea «seguir el hilo» Se deben coser y recoser fragmentos. El problema es de «aguja e hilo.»

Vivir las ideas, sumar emociones
Los mercados son conversaciones, pregonaba el Manifiesto Cluetrain. Cada vez más, parece que acertaron. Pero lo que confirma la cultura digital es que, más que los mercados, son nuestras sociedades las que son —fundamentalmente— una gran conversación conectada.  Por ejemplo, un millón de personas cada día crea su propio perfil en Facebook, una de las plataformas más populares con 200 millones de contactos. Y esta cifra no para de crecer. Las relaciones personales son la nueva identidad en el mundo global.

Pues bien, para que lo fragmentario no sea fútil ni frágil, ni lo archivado, rápidamente olvidado; hay que pensar cómo vivimos y rearticulamos los trozos para ofrecer soluciones y pensamientos que sitúen lo colectivo (lo comunitario, lo social) en el epicentro de la política democrática. La izquierda tendrá un gravísimo problema de representación política en la sociedad digital si es incapaz de entender las características de la nueva construcción del relato social y si entre sus características renovadas no se encuentra la capacidad de recoser retales sociales.

Y si los mercados son conversaciones, la inteligencia es colectiva y las personas son —sobre todo— relaciones… sólo la idea vivida (compartida) es la que no olvidaremos. La política democrática y progresista debe tener una praxis comunitaria. Las 200.000 personas que estuvieron en Berlín, en el verano de 2008, para escuchar a Barack Obama sintieron que vivían un momento histórico. La mayoría afirmaba que la motivación para asistir era que querían poder decir «yo estuve allí». Aunque, después de un tiempo, la mayoría no recuerde apenas frase alguna de su intervención, eso no será necesario para  que no olviden nunca aquel momento. ¿Cuántas de nuestras propuestas políticas presenciales son capaces de generar tal emoción? O volvemos a emocionarnos en un acto público político… o no habrá opciones para los progresistas en una sociedad acelerada, fragmentada y olvidadiza.

Publicado en: Revista de la Fundació Rafael Campalans (verano 2009) (versión pdf)
Publicado también en la Revista Cambio 16 (Cuadernos para el Diálogo. Cataluña. Septiembre 2009)

Enlaces de interés:
Desinformados por sobreinformación (La Vanguardia, 11.12.2011)
La angustia es un privilegio (Josep Lluís Micó)/ ¡Si sólo es información! (María Rubio Lacoba)

La hipermnesia y Facebook (Emma Riverola)
Fuente: El País (4.10.2009)
Condenados a la estupidez digital (Juan Freire)
Fuente: SOITU (16.06.08)
Más información no significa más conocimiento
Fuente: Bajo La Línea (26.02.09)
Els suports de la informació (Umberto Eco)
Font: AVUI (24.04.09)
Tim Berners Lee: «Internet es un legado al futuro»
Fuente: El País (22.04.09)
Microrrelatos (Andrés Ibáñez)
Fuente: ABC Digital (22.03.09)
Un estudio explica cómo genera el cerebro los falsos recuerdos
Fuente: El País (09.07.09)

Sobre el olvido:
Desde el siglo XIX, el mecanismo del olvido ha sido uno de los temas favoritos de los psicólogos debido a la importancia de la memoria en el funcionamiento de la actividad intelectual como un todo.
La palabra olvido es más antigua que la propia historia de la humanidad. En efecto, sus orígenes se remontan a las lenguas prehistóricas indoeuropeas, en las cuales la raíz lei-w dio lugar en latín al verbo oblivisci ‘olvidar’, de cuyo participio pasivo oblitus se derivó en latín vulgar el verbo oblitare, a partir del cual se formó el verbo castellano olvidar, así como el francés oublier.
Cortázar toca el tema del olvido en Rayuela (1963), al relatar un sueño:
Una certidumbre sola y terrible dominaba ese instante de tránsito dentro del sueño: saber que irremisiblemente esa expulsión comportaba el olvido total de la maravilla previa. Supongo que la sensación de puerta cerrándose era eso, el olvido fatal e instantáneo. Lo más asombroso es acordarme también de haber soñado que me olvidaba del sueño anterior, y de que ese sueño tenía que ser olvidado (yo expulsado de su esfera concluida).
Fuente: Etimología: el origen de las palabras. Elcastellano:org

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26 COMENTARIOS

  1. Qué pasó en el s.x, para que las relaciones entre personas hayan cedido a la gestíón, administración y contención, se plantea Shyrki en algunas de sus reflexiones. En parte es lo que he entendido que destila tu artículo: Quizás debieramos vivir más razonablemente, que no racionalmente, las convicciones, las querencias, las pasiones, para que enriquezcan nuestras relaciones, para que nos enriquezcan a nosotros/as. Un abrazo

  2. Muy buen post y estoy de acuerdo básicamente en todo. Pero creo que el desencanto por el desprestigio de la política (ganado a pulso por algunos políticos), tiene mucho que ver también en el peligro que acecha a la izquierda.

  3. Idoia! sí, siglo XX! ha sido muy divertido! Gracias pro tu comentario. Me gusta lo de vivir razonablemente…

    Mercè
    Gracias por tus opiniones y valoraciones. Me animas. Enriqueces el debate.

  4. Es curioso que hablemos de lo relacional y nos limitemos, en la mayoría de los casos, a la repetición y el corta pega (sin emoción alguna).
    Como bien dices Toni, todo lo que pase de 140 caracteres se antoja largo y aburrido. Hablamos de la economía de la atención, de la fuerza de los relatos y ésta, la atención, cada vez está más fragmentada e hipertextualizada.
    Por otra parte, interesante reflexión sobre la dicotomía entre la ingente capacidad de almacenamiento tecnológico y la aparente disminución de la memoria humana. Vivimos deprisa, muy deprisa y creo que vamos por detrás de los cambios que se están produciendo. No acabamos de adaptarnos, de encontrar el equilibrio.
    Dices que las relaciones personales son la nueva identidad en el mundo global, pero cada vez pienso más que no tanto basadas en las conversaciones, convertidas en di-álogos de cada vez menos personas activas, meros altavoces de autopromoción.
    En fin, será que hoy estoy algo pesimista…
    Enhorabuena por el artículo y por invitarnos a reflexionar durante 10 minutos. Ahora voy a actualizar mi red social 😉

  5. […] Antoni Gutiérrez Rubí reflexionaba en su blog: Hablamos con fragmentos, con citas que podemos recordar y repetir. Nuestra capacidad de reflexión, contraste, debate… puede verse cuestionada por la apología de lo breve (el síndrome de los 140 caracteres tan habitual en la mensajería corta o en Twitter, por ejemplo). Daniel Innerarity habla de que “prima el presente, y las líneas del tiempo apenas contemplan el pasado inmediato, pero casi nada el futuro. Vivimos una época de imperialismo temporal“. […]

  6. […] Nuestro rastro virtual, o al menos una parte de él, se hará mortal, degradable como un ser biológico. Como los recuerdos de Roy Batty, tarde o temprano nuestros mensajes conocerán el olvido y se perderán como lágrimas en la lluvia. No sólo es bonito y poético. Es necesario -asegura Quintana- debemos reclamar activamente el derecho al olvido. Sin olvido no hay cambio posible y sin cambio no hay avance. Si el pasado te persigue, no conseguiras reinventarte. […]

  7. Si, nuestro problema ahora es de “aguja e hilo”. Miren la molécula de ADN. Básicamente es la historia de la acumulación de información a nivel biológico sobre cómo somos y hacemos: datos, agujas e hilos. Pero hay gente preocupada de procurarnos sistemas de recuperación se datos. No vivimos presa de los datos sino de nuestras relaciones como individuos; si ellas se olvidan…ahí si que estamos fritos.

  8. […] Las campañas del futuro se concebirán, también, como combates culturales y lúdicos y no solo estrictamente ideológicos. La sintonía cultural, como la emocional, con los candidatos es un gran espacio para la nueva comunicación y un potente elemento de proximidad y vinculación. Aunque sorprenda o pueda provocar por exagerado, es muy difícil votar a alguien a quien no abrazarías, por ejemplo. Tampoco a alguien con quién no te imaginas ir a uno u otro concierto. Y mucho menos a alguien con el que no puedes hacer equipo para jugar a la Wii. Cuando las ideas políticas se convierten en emociones y vivencias, las oportunidades electorales están en juego. Empieza la partida. […]

  9. […] Sólo con una carcajada se activan entre 300 y 400 músculos de los más de 600 que hay en todo el cuerpo. La capacidad de la cara para transmitir emociones es lo que le confiere el carácter decisivo en la comunicación, de la cual, más del 65% es no verbal. Nuestro cerebro es complejo pero hay algunos principios simples que no debemos ignorar. Las emociones de los demás, que intuimos en la abundante información que nos facilitan sus rostros, nos ofrecen tal caudal de conocimiento, consciente e inconsciente, que atribuimos valor y opinión a las ideas y, sobre todo, a las personas, a las que juzgamos, analizamos y clasificamos a “primera vista”. […]

  10. […] Las elecciones del futuro (y de hoy) son también combates culturales, estéticos… y emocionales: ¿café o té? ¿rock o country? ¿Mac o PC?  Combates de la cotidianeidad que expresan nuevas confrontaciones políticas de base cultural. Muchos comportamientos políticos se pueden observar (y prever) a través de pequeñas actitudes o reacciones emocionales. Por ejemplo, un estudio del CIS sobre la juventud española, realizado en 2008, desvelaba algunas correlaciones entre la ideología de los encuestados y su psicología del comportamiento. El estudio analizaba estas pasarelas entre la vida y la ideología según las preferencias deportivas, las prácticas sexuales, la posición religiosa, o con el aspecto físico e higiene corporal, entre otros aspectos. La más destacada es, sin duda, la constatación de que los mayores niveles de satisfacción emocional se registran entre las personas situadas en el centro político. Así, la tasa más alta de individuos que se sienten alegres se registra entre los jóvenes de centro y centroizquierda. La felicidad, la insatisfacción o el nerviosismo parece que tienen ideología… e intención de voto. Resulta sorprendente o curioso todo ello, pero también es relevante constatar que las ideas no sólo se piensan sino que, sobre todo, se viven, se sienten y se perciben. Es la vivencia emocional de las ideas lo que configura las predisposiciones ideológicas y electorales de los ciudadanos. Precisamente lo que convierte en actores políticos decisivos a movimientos como el Tea o el Coffe Party es la construcción de lazos emocionales y relacionales como base de una organización de estructura en red, comunitaria, autónoma y vinculante entre sus miembros, que es capaz de polarizar el debate público, de incidir en los resultados electorales y de dejar en evidencia los límites de la política formal. […]

  11. […] La liturgia política languidece. Este es otro de los síntomas que, inequívocamente, refleja el agotamiento (cultural y estético) de la oferta política tradicional. La escenografía política habitual de los actos públicos transforma a los participantes en figurantes y la jerarquización de los espacios (en el escenario y en el auditorio) consolida las nomenclaturas del poder. La mayoría de los actos políticos son incapaces de crear una atmósfera memorable y de fuerte contenido emocional que permita una implicación personal de quien asiste. Sin diseño y planificación de la experiencia emocional presencial, estos actos están pensados para el corte mediático y el impacto asociado a la noticia o a su reverberación viral en redes sociales. Se pierde con ello una gran oportunidad: vivir las ideas. […]

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