Sin líderes

Hay que parar la inercia destructiva: sin líderes, sin política, sin esperanza, sin solución. Esta cadena devastadora arruina nuestro futuro.

Sin líderes. La última encuesta de Metroscopia refleja un hundimiento, sin antecedentes demoscópicos en la política española, por parte del PP. La caída libre, en picado, de todos los indicadores sensibles es alarmante. Hemos pasado del lento y sostenido desgaste al abismo. Para el Partido Popular, pero también para la oposición (y en particular la del PSOE y su líder) y para el conjunto de la política democrática. Se le acumulan los jirones desgarradores de credibilidad al presidente: incapacidad para afrontar la crisis (72%), improvisación en la gestión (73%), suspenso en la valoración (69%), imagen negativa (74%), confianza (19%), intención de voto (30% de los votantes, perdiendo 14,6 puntos en solo ocho meses).

Además, los recientes episodios de ineficacia y complicidad política, entre los que destaca el caso Bankia como icono, agravan la «profunda crisis de responsabilidad en las élites españolas». De un líder se espera excelencia y ejemplaridad. Josep Ramoneda lo retrata con precisión: «Pero esta cultura de la irresponsabilidad no es exclusiva de Bankia. La vemos extendida por algunas de las más importantes instituciones del país. La Corona, el Banco de España, el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, el propio sistema financiero y el gobierno han dado y están dando muestras de esta cultura y están contaminados por una manera nada ejemplar de hacer las cosas, que hace que la sociedad viva entre el aturdimiento, la indignación y la indiferencia».

Sin política.
Esta situación (la incapacidad del gobierno y de la oposición para afrontar los retos de la crisis), junto con el desprestigio del liderazgo político, están generando una letal dosis de malestar social e irritación y una grave crisis de confianza en la capacidad directiva, regulatoria y paliativa de la acción política protagonizada por los partidos y los representantes políticos. En palabras de Moisés Naím, estaríamos frente al «fin del poder» de la política. En el ámbito local, regional e internacional.

Aumenta, crecientemente, la confianza en los expertos técnicos «independientes» como los más capaces para resolver los desafíos actuales. Seis de cada diez ciudadanos preferirían un gobierno de expertos sin filiación política. Este dato tan revelador aparece en un sondeo encomendado por varias instituciones al CIS y que se ha hecho público ahora, aunque el trabajo de campo fue realizado en el año 2011 (es decir, cuando la crisis aún no había alcanzado su estadio actual). ¿Se lo imaginan hoy?

La ideología es ya sospechosa. Gravísima consecuencia que homologa a todos, beneficiando a quienes prefieren la ausencia de normas y regulaciones. Y el compromiso político de partido ya no es un activo, sino un factor de desconfianza, una rémora. La política avanza hacia un escenario nuevo: sin partidos, sin políticos. El fracaso de la política abre el paso al populismo, la antipolítica o la apolítica. Y quienes creían que podían esperar la alternancia sin construir una alternativa (a la política, a los partidos y a las propuestas) pueden verse superados y desbordados por corrientes muy poderosas de sustitución.

El hundimiento, en la valoración moral y ejemplar de nuestros representantes, está resquebrajando el suelo democrático. La espiral de reacción negativa sobre las dietas o los sueldos de los políticos forma parte de esta reacción química fácilmente voluble y —por qué no decirlo— también manipulable. La ofensiva populista sobre el coste de la democracia, el sobrecoste de la política y nuestras estructuras autonómicas formarían parte de una alianza de facto entre los que no quieren más política y los que solo quieren una política.

Sin esperanza. El miedo al futuro deteriora las soluciones en sociedad como la mejor de las opciones personales. Michel Wieviorka en un imprescindible artículo (¿Seguiremos viviendo en sociedad?) presenta, con gran lucidez, el reto:  «La economía y las finanzas ya no guardan relación con las relaciones sociales; se han disociado de ellas y la propia vida social es el resultado de agentes sociales que inventan circunstancialmente nuevas formas de existencia, individuales y colectivas; que intercambian, se comunican, se conectan y desconectan en red pero sin formar sociedad, sin identificarse con una unidad tan amplia como es una sociedad, sin pretender por ejemplo definir, cuestionar o controlar el rumbo de las orientaciones principales de la vida colectiva».

Esta ruptura y disociación entre la política y la economía es lo mismo que cuestionar la capacidad democrática de dirigir el destino colectivo. Así, sin capacidad de soberanía y sin líderes capaces de recuperarla, la desesperanza se apodera del espíritu y del ánimo social. Y crea un círculo vicioso —negativo y pesimista— que nos empobrece económicamente, también, después de «vaciarnos» políticamente. Una reciente investigación de la economista Esther Duflo del I.T Massachusetts confirma las intuiciones: sin esperanza colectiva no hay desarrollo ni progreso individual.

¿Sin solución? Más que nunca, hay que volver a los orígenes para volver a legitimar la acción política. No se necesitan solo votos, sino prácticas morales y éticas. Es tiempo de filopolítica. La iniciativa de varios profesores y catedráticos que proponen la recuperación de «los valores clásicos contra la crisis moral» es una señal esperanzadora. Justicia, prudencia, fortaleza y templanza eran las virtudes que definían la excelencia en la Antigua Grecia. «El capitalismo debe convivir con el cooperativismo», señala Norbert Bilbeny, catedrático de Ética y uno de los impulsores junto a Victoria Camps de esta propuesta inaplazable. Una señal esperanzadora como decepcionante ha sido el nulo eco recibido entre los ambientes políticos.

Romper la inercia que nos lleva de la falta de liderazgo a la desesperanza es tarea de todos. Aunque no todos tienen la misma responsabilidad. El rescate que necesitamos, y el que necesita el presidente, no es económico simplemente. El gobierno, dando más muestras de nerviosismo que de serenidad, ha dejado sin vacaciones a sus ministros. Es evidente que han suspendido el examen de final de curso. Y que se preparan para todos los escenarios. Pero es inaceptable, por ejemplo, que el presidente convoque a los líderes sociales después de que estos hayan sido recibidos antes por la canciller Angela Merkel. O que siga empecinado en la soledad como argumento de calidad.

No, presidente. Está solo no porque nadie quiera ayudarle, sino por su incapacidad de generar una alianza política más allá de su mayoría. Su liderazgo no consistía en gobernar, sino en dirigir el conjunto de esfuerzos de todos los sectores del país para encontrar soluciones. Ha optado por la fácil: la soledad. La cómoda y práctica soledad. Y así nos va.

Publicado en: El País (29.07.2012) (blog Micropolítica)
Fotografía: Ahmed para Unsplash

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Artículos de interés:
Gobiernos de tecnócratas y de concentración (Tom Burns. Expansión, 29.07.2012)

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17 COMENTARIOS

  1. Un artículo lúcido y muy comprometido. Parece que nuestros políticos vivan en una realidad paralela y que vengan sólo a nuestro «mundo» a buscar recursos. Como en esas películas de serie B de ciencia ficción en que los alienígenas usan a los humanos para satisfacer sus necesidades. Y al final los humanos se rebelan…
    Deberían darse cuenta de que vamos todos en el mismo barco y que en esta película, no pueden coger su nave y volverse a su planeta cuando las cosas se pongan feas…

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