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Mayoría silenciosa

Mariano Rajoy, consciente o inconscientemente, ha utilizado un concepto nuevo —y con fuerte carga histórica— en su estrategia de comunicación: la mayoría silenciosa. «Permítanme que haga aquí en Nueva York un reconocimiento a la mayoría de españoles que no se manifiestan, que no salen en las portadas de la prensa y que no abren los telediarios. No se les ven, pero están ahí, son la mayoría de los 47 millones de personas que viven en España. Esa inmensa mayoría está trabajando, el que puede, dando lo mejor de sí para lograr ese objetivo nacional que nos compete a todos, que es salir de esta crisis» (fin de la inevitable larga cita). Así ha resuelto Rajoy, en una intervención por escrito, su posición y reflexión sobre el momento actual de la política española.

El presidente del Gobierno español llegó a Nueva York para participar en la 67 Asamblea de la ONU, en la que defenderá la candidatura de España a su Consejo de Seguridad para el bienio 2015-2016. Sus intenciones se han visto «contraprogramadas» por los hechos del #25S y el debate soberanista en Catalunya, que  han protagonizado buena parte de la cobertura de la prensa internacional. Hasta la hábil y oportunista Cristina Fernández de Kirchner, presidenta de Argentina, se ha apresurado a denunciar (y a instrumentalizar), en la misma sede de la ONU, la “represión” policial en Madrid.

Richard Nixon pronunció un famoso e importante discurso, La gran mayoría silenciosa (1969), para explicar su plan para terminar la Guerra de Vietnam. Perdió la guerra y años más tarde, en 1974, perdió la presidencia cuando el Gran Jurado federal consideró al presidente copartícipe en una conspiración para obstruir la acción de la justicia en la investigación sobre el escándalo Watergate.  Y también Charles de Gaulle utilizó el mismo concepto para adjudicarse el apoyo silente a su política. Pero la realidad le vino a demostrar lo contrario. Tras el Mayo del 68, la mayoría silenciosa fue la mayoría que votó en contra de «su» referéndum (sobre la regiones en Francia), el cual —al ser presentado como plebiscitario— supuso la gran oportunidad perdida, de forma contundente, que provocó su dimisión.

No sé si los redactores de discursos del Presidente han reparado en las referencias y posibles paralelismos históricos, pero lo cierto es que el concepto es perverso y puede actuar como un boomerang cuando se tiene la peor valoración presidencial por parte de la opinión pública. Rajoy ha cometido un error, grave. Confunde el silencio de sus colaboradores con fidelidad. Confunde el silencio de «la mayoría de los españoles» con complicidad. Confunde su mayoría parlamentaria con consenso social. Y, con este enfoque, desprecia e ignora la unanimidad que —dentro y fuera de nuestras fronteras— suscitan su errática estrategia de comunicación y su inacción política.

La confusión del presidente (silencio igual a complicidad) puede hacerle descarrilar, definitivamente, de la conexión emocional con la sociedad a la que debe representar y servir. Rajoy, amante de los silencios, cree que la paciencia de la sociedad española es sadomasoquismo. Y se equivoca. Rotundamente.

Rajoy cree que solo las urnas hablan en democracia y eso es cierto cuando se trata de decidir y escoger representantes. Pero nuestra democracia, afortunadamente, habla —y mucho— durante los 1.460 días que tiene una legislatura completa. Las calles (con todas sus expresiones de respuesta y crítica social), así como la prensa libre y democrática, la opinión de los dirigentes sociales y numerosos analistas nacionales e internacionales no pueden ser desdeñados por ser considerados como no mayoritarios (por elitistas, parciales, y minoritarios) y, por consiguiente, desconsiderados en términos democráticos. Además, el presidente dispone de abundante información demoscópica sobre su valoración y la aceptación de su política.

Rajoy, que se mueve con fundamentos de cultura popular, cree que tiene tiempo, y que el tiempo todo lo cura. Tiene una visión climatológica de la política: después de la tempestad llega el cielo despejado, y no hay mal que cien años dure. Pero la política se rige, cada vez más, por conceptos mucho más depredadores que el de la cultura de los ciclos.

Rajoy, con su apelación —e instrumentalización— de la mayoría silente, aspira a que el silencio sea amnesia o despreocupación. Pero los ciudadanos no olvidan, ni olvidarán. Y lo que a él le parece silencio cómplice no es más que constatación de la irrelevancia de la política y desconsideración hacia quien la representa. La gente calla, pero no otorga. El refranero, al que tanto recurre, no es infalible. No oye voces, y las que escucha no le parecen relevantes o no se da por aludido, porque —quizás— está perdiendo, irremediablemente, el sentido más importante para un político: el oído.

Hace unas semanas, el presidente, ya ahondó su foso con una audaz (pero imprudente aunque reveladora) afirmación: «La realidad me ha impedido cumplir mi programa electoral». Ahora, con la provocadora apelación a la mayoría silenciosa, ha tocado piedra. En el refranero, la mayoría silenciosa es la de los campos santos. Y en política, no es aclamación. Está más cerca de la resignación, la desesperación o el desdén, que del aplauso.

Publicado en: El País (27.09.2012) (blog Micropolítica)

Imagen de Katja Saarinen en Pixabay

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66 COMENTARIOS

  1. Realmente lo de la mayoría silenciosa tiene narices. Rizando el rizo, se le podría preguntar si es que se ha vuelto vidente o tiene el don de la telepatía para saber lo que piensa quien no se manifiesta. Porque no ir a una manifestación no quiere decir que no compartas lo que piden, puede ser simplemente que no compartas el modo o que no te apetezca estar en una muchedumbre. O que solo compartas una parte. Mil razones.
    Pero la estrategia siempre es esperar y salirse por la tangente. Eso no es gobernar, es culebrear y no mojarse.

  2. Leyendo el blog de Ramon Lobo «Escucho el telediario de los que no salen a la calle» http://bit.ly/S4YPh7 descubro un vídeo de Eduardo Galeano: Los Nadies -Eduardo Galeano- http://bit.ly/QidpMQ
    Me parece, como este post, otra forma de definir el uso de la mayoría silenciosa.
    Galeano nos recuerda en el vídeo la extraordinaria dignidad de los nadies, Rajoy nos muestra la extraordinaria y absoluta discapacidad, la soberbia estupidez de los nadas. Mariano nos recuerda constantemente con sus argumentos, con sus discursos e ideas que él era un nada, que es un nada. Él está donde está porque un día un presidente decidió que él sería el que le sustituyese, a dedo, porque estaba claro que él era el más nada de todos los que había con posibilidades para sustituirlo; el más nada, garantía su nadería para que aquel entonces presidente, que prometió marchare a los 8 años de mandato, pudiese seguir moviendo los hilos de ese poder que tanto les embriaga, a la sombra de esa garantía que suponía este nada soberbio. Un nada al que la constancia de su servilismo no le dio la oportunidad esperada hasta 8 años más tarde, fruto más de sonrojantes incompetencias ajenas que de méritos contrastables de este nada sublime. Los nada, que por caprichosas circunstancias en ocasiones llegan a tener serias responsabilidades, acostumbran a abrazarse por conveniencia a los nadie, no sólo por cuestión de votos, también en ocasiones, y como se demuestra en este caso, por una falta total y absoluta de capacidad. Unos tiene su dignidad guardada en un pañuelo anudado, el otro no tiene nada, porque no es nada.

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