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El boomerang: espectáculo y democracia

El viernes pasado, en el último día de campaña de las elecciones catalanas, Mariano Rajoy evitó contestar cuando se le preguntó por el supuesto informe policial sobre las cuentas en Suiza del President de la Generalitat y su familia. Rajoy evitó así la cuestión: «No me lo tome como una descortesía porque no lo es, pero permítame que no contribuya más a ese espectáculo».

Espectáculo al que sí contribuyó su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, ese mismo día y desde la mismísima sala de prensa de La Moncloa, cuando contestó sin titubear (y hasta en cinco ocasiones) al ser preguntada expresamente por Artur Mas: «Estamos en medio de un proceso de regularización fiscal y lo primero que corresponde a los que tengan cuentas no declaradas fuera, es declararlas. La semana que viene acaba el proceso».

Esta noche, el espectáculo ha finalizado. Han hablado las urnas y los ciudadanos, con más ganas que nunca de hacer oír su voz, frente a todos los que, desde las trincheras periodísticas o políticas, han querido interpretarla antes de tiempo, condicionarla o evitarla. Es una victoria de la ciudadanía frente a las campañas sucias y negativas.

Aunque no son lo mismo unas que otras. Ambos tipos de campaña buscan debilitar al adversario, pero con estrategias, medios y estilos muy diferentes. Las campañas negativas resaltan y amplifican errores, generan dudas sobre las capacidades del contrincante y, sobre todo, le confrontan con su autenticidad y honestidad, y con las supuestas contradicciones entre lo que piensa, dice y hace. Ahora o en el pasado.

Las campañas negativas provocan la frustración de los posibles electores, a los que se les descubre la impostura de su candidato. Se produce una ruptura emocional. Y se debilita, hasta el punto de cambiar de preferencia, la conexión entre el candidato y su potencial votante. Es un proceso de desenmascaramiento y de denuncia ante lo que, supuestamente, podría ser un fraude, una mentira, un engaño.

Pero las campañas sucias, más que apartar, desbancar o descarrilar a un adversario, buscan destruirle personalmente y, como consecuencia, políticamente. Mientras que en las negativas es la verdad la que se revela, en las sucias es la mentira, el libelo o, cuando no, es el delito contra la intimidad, la propiedad o la imagen personal lo que se utiliza.

No importan los medios, solo se persigue el fin. Y, para ello, se escarba en la vida privada con medios ilegales o amorales hasta conseguir fragmentos de realidad que puedan ser utilizados para construir un relato falso, pero altamente destructivo, ya que la calumnia se fundamenta sobre trazos verosímiles a los que se despoja de contexto e interpretación. Así, las campañas sucias, más que descubrir lo oculto, construyen una realidad imaginada sobre la base de percepciones y apariencias a las que se fuerza hasta adquirir la naturaleza de prueba irrefutable o dato definitivo.

Además, si lo superficial o fragmentario no es suficiente para construir la historia premeditada y pensada en las cloacas de los equipos adversarios, no se duda en falsear, manipular e inventar datos, documentos y situaciones hasta que encajen en la calumnia diseñada. Se utilizan, especialmente, cuando el candidato a batir tiene una ventaja suficiente, imposible de recortar con estrategias positivas y negativas combinadas. Solo cabe la destrucción para frenar lo imparable. Las campañas sucias desafían lo ético y lo legal. Y suman, en muchas ocasiones, alianzas económicas y políticas, de sectores refractarios o abiertamente hostiles a la candidatura que es degradada. Estas estrategias se mueven en las sombras de la conspiración, se nutren de fondos ocultos, cuando no delictivos, y son ejecutadas por mercenarios y profesionales sin escrúpulos que reciben buena recompensa por ello.

Pero, a veces, lo que se obtiene es justo lo contrario de lo que se perseguía. Las campañas sucias (y el beneficio que hipotéticamente causa sobre algunos de los candidatos, gracias a la lesión en la imagen pública del candidato atacado) a menudo actúan como un boomerang. Cuando esto sucede, el que tiró la piedra y escondió la mano recibe un impacto imprevisto e indeseado en su propia cara. La serpiente acaba, muchas veces, mordiéndose a sí misma. Siembra vientos y recoge… ¡votos! Justo lo que quería evitar.

Esta noche, lo sucio y lo negativo han dado paso a lo limpio y positivo: un resultado electoral claro y rotundo. Artur Mas, quizá, no obtenga el liderazgo absoluto para dirigir la nueva etapa de Catalunya. Pero sí que tiene una mayoría «excepcional» y ha visto —con habilidad y oportunidad— el movimiento de placas tectónicas de la sociedad catalana. Mas retrocede; pero la independencia no. Esto es el boomerang. «Y aquellos que fueron vistos bailando fueron tomados por locos por aquellos que no podían escuchar la música», decía Friedrich Nietzsche. Pues eso: música para sordos.

Mariano Rajoy, que hoy ha visitado al rey tras su reciente operación, ha declinado hacer valoraciones, ni las previsibles de reconocimiento y estímulo a la participación electoral. Sorprendente. No han hablado de política entre ellos, dice el presidente, mientras el mundo entero mira a Catalunya y sí que lo hace. «No me hable ahora de política», ha contestado secamente. Aunque sí nos ha informado del desayuno del monarca: «Dos huevos fritos». No hay duda que el rey se siente «muy bien, bárbaro», como dijo ayer mismo.

Mañana empieza el diálogo. Atrás quedan manifestaciones y manifiestos. Las elecciones han dibujado parte de la geografía política de la negociación. Primer asalto: tanteo, golpes (bajos y altos), síntomas, ensayos estratégicos y acumulación de fuerzas. Lo importante del resultado electoral del 25-N es el 26-N.

Publicado en: El País (25.11.2012) (blog Micropolítica)

Enlaces de interés:
Mapa electoral (VilaWeb)

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