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Líderes perezosos

Las maneras de abordar un problema son parte de las soluciones al mismo. Si la mirada a los retos es siempre desde la misma perspectiva, posición y ángulo, difícilmente se encontrarán nuevas opciones. No hay innovación en lo previsible, ni en lo inexorable, y necesitamos −más que nunca− nuevas ideas capaces de enfrentarse a todo tipo de determinismos que nos paralizan y que reducen la política a un hecho gerencial o notarial del destino, sin ninguna influencia en él y sin ninguna capacidad de controlarlo, ni dirigirlo.

Además, la habilidad y destreza que adquirimos al hacer (y rehacer) caminos y decisiones ya exploradas nos hacen más eficaces, pero no necesariamente más eficientes. La facilidad nos vuelve torpes. La política puede quedar atrapada entre la pereza y el cinismo. Pereza para no buscar nuevas soluciones a los problemas y cinismo para idolatrar el letal «no hay alternativa» como respuesta indolente a los retos urgentes que hay que resolver inaplazablemente. Parte de la política se ha contaminado, definitivamente, del TINA (siglas en inglés de «There Is No Alternative») que popularizó hace más de 30 años Margaret Thatcher en sus discursos.

Hemos dejado de pensar… y vamos con el piloto automático. Al mecanizar nuestras respuestas por defecto, estamos optando por «una selección hecha por lo general de forma automática y sin consideración activa debido a la falta de una alternativa viable». Es, precisamente, la falta de imaginación sobre horizontes nuevos lo que impide pensar en alternativas, no la factibilidad de su consecución. Estamos atrapados por las soluciones predictivas (hasta en los teclados) y las respuestas automáticas «en la ausencia de una elección hecha por el usuario» propias de los sistemas informáticos. Así, las inercias se convierten en falencias. Y las soluciones por defecto acaban, paradójicamente, en errores por la ausencia de discernimiento. Nadie duda cuando no tiene opciones. Y cuando no se duda, no se piensa. Así se encuentra buena parte de nuestra política.

Debemos protegernos contra la indolencia de la pereza política. No podemos renunciar a pensar en nuestros propios argumentos y convicciones, y en los contrarios, como el mejor antídoto contra la irrelevancia de una política secuestrada por el piloto automático. Félix Ovejero lo expresaba recientemente en este mismo diario con gran claridad: «El oficio de vivir, el oficio de pensar, no es el de hooligan ni el de cheerleader». Y el político y pensador Michael Ignatieff sitúa, precisamente, el coraje político en la prudencia del que busca alternativas o, al menos, las estudia: «Los líderes prudentes se obligan a prestar la misma atención a los defensores y los detractores de la línea de acción que están planeando».

Luchemos contra la pereza y la indolencia políticas. Renunciar a explorar nuevos caminos nos aleja de nuevas soluciones. La desafección ciudadana respecto a buena parte de la política y nuestra arquitectura institucional no radica, solo y simplemente, en un juicio severo a los errores (gestión) o los excesos (corrupción), por ejemplo. La crítica más contundente está en la percepción de renuncia a dirigir. La acción es indisociable a cambiar de marcha, de dirección, de destino, de trayecto, de vehículo. La política mecanizada por los automatismos ideológicos o actitudinales es la forma más claudicante de representar y servir a la ciudadanía. ¡Por favor, más pensamiento y menos inercia! Los retos que tenemos por delante no se gestionan con pilotos automáticos, sino con auténticos pilotos.

Publicado en: El País (16.10.2013)(blog ‘Micropolítica’)

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