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Wert, Fernández, Gallardón… Rajoy.

La decisión de aprobar este pasado viernes, en Consejo de Ministros, el anteproyecto de Ley de Protección de la Vida del Concebido y los Derechos de la embarazada, conocido ya como la Ley Gallardón, culmina una acelerada y tensionada agenda de reformas e iniciativas políticas del Gobierno presidido por Mariano Rajoy, que han oscurecido otras de muy relevantes como el paquete de medidas contra la corrupción y a favor de la transparencia.

A la Ley Gallardón, le han precedido las polémicas y discutibles propuestas de la Ley de Educación y la Ley de Seguridad Ciudadana. Polémicas por el unánime rechazo parlamentario a la primera y casi total a la segunda. Y discutibles porque la mayoría de los colectivos y asociaciones de cada sector no solo cuestiona la idoneidad y conveniencia de tales reformas sino que, incluso, compartiendo algunos puntos, duda de su eficacia normativa. Es decir, leyes que no van a obtener los resultados deseados y que, probablemente, van a provocar no pocos conflictos o problemas. O, dicho de otra manera, leyes que deberían tener un amplio consenso por su naturaleza y que acaban imponiéndose por la actual mayoría generando amplios rechazos.

Pero el remate ha sido la Ley Gallardón. Dos años ha estado el Gobierno, y el PP, discutiendo internamente sobre la medida. Finalmente Rajoy, como pasó con Wert, Fernández y ahora Gallardón, no solo ampara o rubrica, sino que toma la última decisión. La más contundente. Es normal, siempre, que en un Ejecutivo, el Presidente decida por compensación, generando consensos internos o equilibrios aceptables. Pero,  en estos casos, Rajoy se alinea con el sector más rocoso de su partido y de su Gobierno, fijando una peligrosa, creo, asociación. El PP es percibido como el partido que atenta contra las libertades y los derechos. Desprenderse de estos conceptos, de su percepción, para referenciarse exclusivamente como el Gobierno de las reformas contra la crisis puede tener importantes consecuencias políticas y electorales.

Rajoy está obsesionado con fijar su espacio electoral por la derecha. Ha decidido poner un muro infranqueable con una serie de reformas de fuerte contenido ideológico y que generan una irritación espasmódica en muchos sectores sociales mostrando, a la vez, sus limitaciones para convertir el rechazo en oposición, y la oposición en bloqueo o freno efectivos. Rajoy renuncia al centro, convencido como está de que la creciente pluralidad, fragmentación y ebullición en el espacio a la izquierda del PSOE le aleja, definitivamente, de construir una mayoría alternativa sólida y, llegado el caso, gobernable y sostenible. Apuesta por gobernar en minoría o con apoyos puntuales. Pero, para ello, necesita una presencia parlamentaria suficiente para que los acuerdos sean posibles con una o dos fuerzas para completar su probable presencia en el hemiciclo, dada la configuración actual de la Ley Electoral. Rajoy no improvisa, pero va acumulando aislamiento. Ha tomado una decisión con cálculo político y calculadora demoscópica. Se la juega.

Esta futura geometría política, fruto de su actual geografía electoral, puede alterarse si se acumulan los problemas de percepción en la sociedad. Es cierto que se gobierna (se administra) desde el BOE pero las sociedades democráticas contemporáneas son más resilientes y dinámicas que las fuerzas políticas que las interpretan y las quieren representar. Rajoy no puede reducir la política al BOE. Sin liderazgo social, ni consenso ciudadano, ni reformas concertadas (política y socialmente) su agenda puede ser vista como impuesta y no como necesaria. Rajoy debe esforzarse más en convencer antes que imponer. Las mayorías absolutas generan pereza política y prácticas perversas en el ejercicio del poder.

Las palabras parónimas, en retórica, son aquellas que se escriben o suenan de una manera muy similar (cambian en un acento o una letra), pero que poseen significados diferentes. Por ejemplo, derechos y derechas. Derechos sociales y derechas políticas. Solo una letra, pero lo cambia todo. El PP está jugando con un marco mental muy fuerte para mantener su núcleo duro. Y se arriesga a desdibujarse como partido moderado. Mientras, está dejando el espacio central vacío y está agitando las aguas progresistas, que no todas se sienten representadas con las ofertas actuales y que pueden, seguramente, tener un gran protagonismo político en la calle, en las redes y en las urnas.

Publicado en: El País (13.12.2013)(blog Micropolítica)
Fotografía: Shapelined para Unsplash

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