El tratamiento de «Molt Honorable» (asociado a los presidentes de la Generalitat de Catalunya y del Parlament de Catalunya) sigue sorprendiendo a la mayoría de personas que no conocen la realidad catalana. Es un tratamiento que hunde sus raíces históricas y etimológicas en la Edad Media y en las antiguas instituciones de autogobierno de Catalunya. Pero no sólo allí. En el Reino Unido, Estados Unidos, Australia o Canadá, entre otros, también se usa ese término.
Honorable, palabra que proviene del latín honorabĭlis, significa «digno de ser honrado o acatado». Es decir, se obedece a quien se respeta. Honor como fundamento del poder. Auctoritas para la potestas. Fuerza y honor. Durante la Edad Media, en Catalunya, honorable era el término genérico utilizado para tratar a consejeros, notarios, caballeros, eclesiásticos, etc. para no tener que tratar a cada estamento de modo diferente. El honor era la auténtica posición. La posición moral era la posición social y de poder.
«Molt Honorable» en Catalunya es algo más que un tratamiento. Su uso social e institucional representa algo más que el poder político. Representa al país. Existe una íntima convicción, cultural y socialmente interiorizada, en relación a que no hay nada más importante en Catalunya que tener esta distinción, y merecerla. Esta idea sublimada del tratamiento es un rasgo característico de la arquitectura institucional de Catalunya. Los países pequeños tienen una especial sensibilidad por el protocolo y las formas. Tal como decía el propio Jordi Pujol: «el protocolo es la plástica del poder». Es ese poder de lo simbólico, tan importante muchas veces en las relaciones políticas e institucionales.
Cuando Adolfo Suárez recibió en La Moncloa al presidente Josep Tarradellas, que regresaba directamente del exilio, le recibió −y le mostró su respeto− con este tratamiento. «Molt Honorable» no es un cargo, un título o un tratamiento. Es más: forma parte del mundo simbólico del catalanismo político.
La renuncia a los atributos del cargo, por muy contundentes que estos sean, no es nada −en el imaginario colectivo de Catalunya− comparado con lo que significa despojar de este tratamiento a la condición histórica del cargo de ex presidente. Esta es, en parte, la auténtica expiación, perder los atributos −y sus privilegios o derechos− por haber perdido el honor. Quien quiera comprender, sin prejuicios y con interés sincero, lo que significa esta renuncia, podrá ver el valor que tienen los intangibles −¡tan importantes! − en la vida política catalana.
La renuncia de Jordi Pujol al tratamiento de «Molt Honorable» es el peor castigo en el mundo emocional del catalanismo. Y es la mayor traición a una iconografía política catalana que ha identificado en la Presidencia de la Generalitat todas las virtudes ejemplares del servicio público al país: desde el martirio (Lluís Companys) al exilio (Josep Tarradellas). Pujol pierde atributos y respeto. Pero, con su confesión, Catalunya se queda conmocionada. Se rompe el hilo invisible de ejemplaridad y moralidad que siempre ha querido ver en sus Presidents. El President de la Generalitat no lo es sólo del Govern. Es el President de Catalunya. Y aquí está la tragedia personal y colectiva de esta ruptura de credibilidad moral. Esto es lo que nadie le va a perdonar al señor Jordi Pujol.