El debate sobre la presunta actividad de los llamados ‘hackers rusos‘ en el desarrollo del ‘procés’ y la posible amenaza de distorsión o manipulación del proceso informático del recuento de votos en Catalunya va en aumento. El tema es ya un elemento de la agenda de campaña del 21-D, de alineamiento de opinadores, de conflicto entre fuerzas políticas, de descalificación de centros de pensamiento y de rivalidad entre medios de comunicación.
El Gobierno de España afirma que la injerencia rusa en el asunto independentista ha sido más que evidente, aunque, tal y como ha declarado el propio CNI, no se ha detectado ningún ciberataque proveniente «de Rusia». . La concepción nacional de la defensa (interior, exterior; ataque, defensa) hace creer que el origen nacional de la industria del ‘hackeo’ y de la manipulación es de naturaleza geopolítica, cuando quizá es algo tan serio y peligroso como el rentable negocio de la mentira digital y sus campañas de manipulación, que vemos principalmente en redes sociales. De la misma manera que los españoles que cometen delitos no representan a España (sino a sí mismos y a sus intereses), los rusos —o ucranianos o bielorrusos— que también los cometen representan a su negocio y a su mafia, no a su país.
Pero no seamos ingenuos. Lo que sí es cierto es que en Europa se vive un temor creciente a las campañas de desinformación y a como estas pueden afectar a la estabilidad de los procesos electorales de los países miembros. El punto de inflexión se produjo con la victoria de Donald Trump y con el hecho de que se atribuyera a las fake news y a la injerencia rusa parte del éxito de su campaña. Aunque, como se ha demostrado, una de las empresas que estaba detrás de estas campañas en redes —y de la del ‘brexit’— es Cambridge Analytica que no es rusa sino británica.
A raíz de esta situación se intenta presionar a los grandes de internet (Facebook, Twitter, Google…) para que implementen herramientas que ayuden a contrarrestarlas. Por parte de estos proveedores de servicio se ha reconocido el alcance de estas publicaciones de origen ruso. En Facebook alcanzaron la cifra de 126 millones de usuarios y en Twitter más de 2.700 cuentas; una realidad que ha provocado que ellos mismos estén empezando a tomar medidas al respecto (desde poner en marcha un centro en Alemania de supervisión humano de publicaciones por parte de Facebook, a que Twitter haya dejado de publicar publicidad de RT y Sputnik al haber detectado intentos de injerencia en las elecciones de Estados Unidos).
Por parte de la UE se han puesto en marcha diferentes iniciativas. Por primera vez se ha aprobado un presupuesto para combatir las campañas de desinformación y también un sitio de ‘fact-checking’ (EUvsDisinfo) para ayudar a desmentir noticias y rumores falsos. En esta línea, desde Kiev se está tejiendo una red de plataformas para desmontar las campañas de desinformación de la mano de Disinfo Lab. Como contraofensiva, desde Rusia también se ha puesto en marcha un sitio propio (Mid.ru) para desmentir noticias.
Catalunya ha sido el último escenario en el que esta guerrilla de desinformación se ha puesto a prueba. Se ha señalado a ejércitos de ‘bots’ (perfiles automatizados) y a ‘hackers’ como responsables de la emisión de desinformación, sobre todo para difundir noticias no contrastadas o que no son fieles a la realidad, distorsionando y creando realidades digitales sin contraste ni verificación efectivas.
Esta estrategia ya viene siendo algo habitual para tratar de influir en la escena política internacional. Hay ejércitos de perfiles, automatizados o no, que lo que pretenden es generar opinión, y cuanto más radicalizada mejor. Pero no solo es una estrategia utilizada por gobiernos y medios… Es, principalmente, una industria que mueve miles de millones y sus clientes son de todo tipo.
Los rusos han entrado en campaña… aunque algunas fuerzas políticas, como Podemos, no dan credibilidad a las acusaciones sobre la injerencia rusa y las condenan como una estrategia de conspiración para desacreditar y conseguir que ciertas informaciones no sean tenidas en cuenta.
A pesar de que sí se ha visto un incremento de actividad, por parte de estas redes, respecto a la situación en Catalunya, la efectividad de sus campañas es más bien nula. Y lo que se pone de manifiesto es que este tipo de estrategias cada vez van a ser más habituales. Sea como ayuda consentida o interesada, la desinformación va a ser un hecho que va a venir tanto de la mano de los comerciantes del libelo digital como de una sociedad vulnerable a la posverdad. La democracia hackeada por los mercenarios de la desinformación es una democracia más débil, no tanto porque puedan manipular sistemas o infraestructuras tecnológicas, sino porque manipulen mentes y opiniones.
Publicado en: El Periódico (08.12.2017)
Enlaces de interés:
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– Cómo acabar con los bots que contaminan Internet (Javier Salas. El País, 2.12.2017)
– Campañas de desinformación: la debilidad de la desconfianza (Andrés Ortega. Blog Real Instituto Elcano, 5.12.2017)
– Bulos en las redes sociales: ¿debemos regular los algoritmos? (Luis Garicano. El País, 19.01.2018)
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