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Una década de transformación compol en redes sociales

ANTONI GUTIÉRREZ-RUBÍ / XAVIER PEYTIBI

Dentro del especial de diciembre que ha elaborado La Revista de ACOP, un homenaje a la década de la comunicación política, tengo el placer de escribir este artículo a cuatro manos junto a Xavier Peytibi.

«A las 3:34 AM desperté. Estaba temblando. Me tomó un segundo darme cuenta de que era fuerte, muy fuerte, y me levanté de un salto de la cama para hacer lo que a todo niño en Chile le enseñan en caso de sismo: alejarse de las ventanas y pararse bajo el marco de la puerta. Aguanté allí hasta que la tierra dejó de moverse. Se había cortado la luz, y lo único que tenía cerca para iluminar era mi teléfono». Este es el relato que hacía Cony Sturm en su blog sobre lo que ocurrió la madrugada del sábado 28 de febrero de 2010, después de que Chile fuera sacudido por un fortísimo terremoto de 8,8 grados en la escala de Richter, que causó 525 muertes. Con la electricidad y las líneas telefónicas caídas, Internet móvil se convirtió en la principal fuente informativa para seguir en directo lo que ocurría en el país sudamericano. 

Incluso los mismos canales de televisión comenzaron a apoyarse en informaciones entregadas por usuarios de Twitter, una vez que pudieron iniciar transmisiones (bastantes minutos después del terremoto) para informar sobre la magnitud de la tragedia. Twitter se convertía  en una de las principales y más inmediatas herramientas para la información en vivo en la web. En cualquier parte del mundo se podía saber, de primera mano, lo que estaba ocurriendo, y en apenas unos minutos, la web se actualizaba con cientos de nuevos tuits que aportaban nuevos enlaces informativos, imágenes o nuevos datos, así como con los testimonios de quienes se encontraban en el país. Era toda una revolución. El mundo se enteraba por Twitter y no por la televisión de la gravedad del terremoto. Empezaba una nueva era. El tradicional receptor de información, con un teléfono móvil, podía ahora ser un emisor, casi en directo, de lo que veía, de lo que oía o de lo que sentía. Todo cambiaba. 

Ese 2010 nos dejaba con un uso generalizado de blogs y, al mismo tiempo, con el inicio de su decadencia, con el auge del microblogging (o también llamado entonces nanoblogging), con Twitter como mayor canal comunicativo, de aprendizaje, de relación, y con la esperanza de que esta red social, junto a Facebook, podrían cambiar el modo de relacionarnos con los Gobiernos, y estos, con su ciudadanía. 

A menudo, desde un ciberoptimismo imperante, se pensaba en Internet como la solución a todos los males de la comunicación política, pero no era cierto. La Red no es ninguna panacea, sino una herramienta más para comunicar políticamente, como lo es la televisión o lo son otros medios tradicionales. Nadie gana unas elecciones sólo con Internet, pero —hoy en día, diez años después, añadimos— nadie puede ganarlas tampoco sin la Red. Porque las redes sociales han transformado a nuestra sociedad y, por ende, han transformado a la comunicación política. ¿Cómo lo han hecho? Destacamos algunas reflexiones sobre cómo han cambiado nuestro modo de comunicar:

  1. Generalización. Hemos envejecido, y esa es una buena noticia para las redes y la comunicación política porque significa que, si en 2010, las redes sociales eran vistas como una herramienta de comunicación y movilización para jóvenes, ahora las usa casi toda la ciudadanía (YouTube, WhatsApp y Facebook son usadas por más de un 75% de población en España, o Instagram y Twitter por más de un 50%, por ejemplo). Con unas redes sociales utilizadas de modo tan mayoritario, la comunicación política adquiere mucha más elasticidad para llegar a cada público determinado.
  2. Capacidad de informar y comunicar. La generalización del uso de las redes ha significado un cambio de hábitos, que afecta a cómo consumimos la comunicación, incluyendo la comunicación política. Porque realmente la consumimos. De hecho, el 50% de los estadounidenses reconoce que se informan de las noticias a través de Facebook. Por supuesto que la televisión sigue siendo una herramienta fundamental, pero no es ya la única. Desde la palma de nuestra mano, desde nuestros móviles, podemos buscar cualquier información, al momento, y encontrarla: propuestas, ideas, noticias, mensajes… También hace efecto la pantallización: podemos ver televisión mientras miramos nuestro móvil, o comentamos lo que vemos. 
  3. Segmentación. Uno de los objetivos de la compol es que el electorado se sienta escuchado y próximo a un candidato/a o político/a. La gracia de la segmentación es crear mensajes dirigidos directamente a estos grupos, para así reclutar votantes que, de otra forma, no se hubieran identificado nunca con el candidato/a o para activar a aquellos que están de acuerdo en una temática concreta, pero no tanto en el resto. Los datos son información, y la información es poder. En este sentido, las redes se convierten en un arma insustituible para, por un lado recabar información de la ciudadanía y, por el otro, de segmentar a través de publicidad esos mensajes que tenemos para ellos/as. Las nuevas técnicas de segmentación y comunicación política y la Red nos permiten, más que nunca, hacer un giro hacia lo que Gutiérrez-Rubí denomina micropolítica: conceptos e ideas, ahora subestimados, que pueden ser decisivos en un contexto donde la ciudadanía reclama mayor atención, comprensión y sensibilidad por parte de los políticos hacia sus realidades y demandas.
  4. Difusión versus relaciones. Es el gran fallo de muchos políticos/as. Se usan las redes sociales para difundir, como se hacía diez años atrás, y no para generar relaciones y aumentar la confianza en la política. Esa difusión, sin embargo, ha mutado, intentando una desintermediación: si no me gusta lo que los medios dicen de mí, comunico directamente con la ciudadanía, y los medios ya se harán eco. Es lo que hace Donald Trump en Twitter, por ejemplo. Pero esa desintermediación es muy complicada de lograr y, como ya hemos comentado: lo importante de la Red es la capacidad relacional que genera, que no se aprovecha.  
  5. Activismo. Las redes han multiplicado el activismo y, por tanto, la capacidad de la comunicación política para conseguir un ejército de portavoces (o de compartidores de contenidos). Porque la política se puede organizar online para bajar después a la calle (en lo que Peytibi denomina campañas conectadas), y porque quien realmente persuade, ahora y siempre, son los amigos y los familiares, el boca a boca. Somos animales sociales y confiamos y aceptamos ideas de las personas a las que conocemos, muchísimo más que las de cualquier político/a, por mucho que le votemos. La Red permite construir un movimiento base de grassroots que logre inspirar pero, sobre todo, organizarse y conseguir que se movilicen, que se sientan identificados y «emocionados» por nuestras políticas. La clave de la nueva comunicación política es el discurso emocional: llegar al corazón de los electores, en la calle y en la Red, y es más sencillo conseguirlo si lo hacen activistas organizados. 
  6. La campaña es más permanente que nunca. En un mundo conectado, todo lo que se hace como candidatura o como Gobierno se ve reflejado en las redes. Hay críticas a favor y en contra. Y algunos contenidos triunfan más que otros, o son más compartidos que otros, pero todo comunica, y hemos aprendido a pensar también para las redes y a generar visibilidad desde estas plataformas, de modo diferente: más contenidos visuales (imágenes, memes, infografías, vídeos cortos), más mensajes claves, más tipología de contenidos, más directos en Facebook y streaming… 
  7. La humanización. Y no hablamos sólo —aunque también— del aumento de contenidos en los que los políticos/as se pueden mostrar más divertidos, enseñar el backstage de su vida política, en ocasiones a su familia, con quién se encuentran y con quién hablan, gente normal… sino que hablamos de que la generalización del uso de las redes hace que muchos de esos/as líderes sean quienes llevan sus propias redes sociales. Saben qué comunican y entienden su importancia. Hace diez años había que convencer sobre que esto no era una moda pasajera; hoy, mucho menos. 
  8. The dark social. De los blogs, con reflexiones públicas, hemos pasado casi al contrario, con herramientas comunicativas privadas, que es donde se mueven aplicaciones como WhatsApp, Telegram, Signal o Messenger. La inmediatez, la gratuidad, la privacidad y la capilaridad social, que aplicaciones como WhatsApp han conseguido son la clave para entender cómo ha cambiado la forma de comunicar. El concepto «dark social» nació para describir las interacciones sociales que no pueden ser rastreadas y medidas por la analítica tradicional, concretamente aquellas que se producen en entornos de mensajería personal. Es en muchas de estas aplicaciones donde gran parte de la ciudadanía puede hablar de política, o compartir contenidos, o incluso informarse de política. Y eso las hace importantísimas para la comunicación. Las candidaturas o Gobiernos que no se preparan para ello pueden sufrir las consecuencias. 
  9. Las burbujas. En una época caracterizada por el individualismo, la despolitización, el desgaste de la política, el desprestigio de los partidos (englobado todo ello en un sentimiento de desafección y espíritu crítico), son los propios ciudadanos los que se dan cuenta de que pueden actuar políticamente por sí mismos, gracias, sobre todo, al poder de la comunicación intensiva e inmediata de la Red. Las nuevas tecnologías nos permiten organizarnos, cambiar las cosas, mejorarlas con la creación de comunidades y con la difusión continua de información. Pero, también, nos permiten ignorar lo que no queremos escuchar, ni ver, ni leer, incluyendo cualquier información o noticia sobre un político/a. Es ahí donde nacen las burbujas, comunidades online donde todo el mundo piensa como nosotros y donde realimentamos constantemente nuestras creencias. Ello genera polarización y, aunque a corto plazo, consigue movilizar y aumentar el voto duro, a medio y largo plazo es un problema para la democracia. Por otro lado, es también un problema ocasionado por las propias redes sociales, que quieren que estemos a gusto en ellas, y por eso sus algoritmos sólo nos muestran contenidos que nos gustan. Es complicado salir de ellas y, a la vez, para la comunicación política es complicado entrar.
  10.  Las noticias falsas. Vivir —y comunicarse— en burbujas genera un aumento de la desinformación. La ruptura entre los hechos y las creencias es potencialmente devastadora. La mentira y la falsedad como base del pensamiento político sólo pueden destrozar el concepto de lo público. Pero sucede, y es otra transformación de estos diez años. La desinformación consigue retroalimentar las ideas de las personas ya muy politizadas, que se creen todas esas noticias por muy extrañas que nos parezcan. Porque en un mundo donde la emocionalidad ha adquirido mucho más valor que la racionalidad, al menos en redes sociales, el concepto de posverdad nos recuerda que, a veces, la verdad puede convertirse en irrelevante siempre que concuerde con nuestras creencias, porque no se confía en los medios, ni en los políticos, ni en los Gobiernos, ni en las instituciones. La buena noticia es que la mayoría de esas noticias falsas no salen nunca de esas burbujas. Sólo algunas lo hacen y ponen en peligro el modo en que se entiende la democracia, porque ocupa la agenda pública o política. Ocupan la atención, que ocupa tiempo y estimula a compartir. Ese es el gran objetivo: lograr una influencia instantánea, para ser distribuido. Mientras te tengo ocupado con comida basura informativa, no te dejo tener otras ideas e impulsos. 

Han pasado diez años y las redes sociales están aquí para quedarse, y para seguir transformando la comunicación política. Pero no sustituyen, tan sólo transforman. Son una herramienta más, y cada vez más importante, pero sólo una herramienta. 

Publicado en: La Revista de ACOP (nº 55 – 2ª etapa. Diciembre de 2020)

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