Ruido

No es posible pensar con ruido. Ni concentrarse, ni ser preciso. El ruido social —que en forma de oferta incesante de distracciones y notificaciones nos atrapa— es, además de ensordecedor, un inhibidor brutal de la actividad razonada y consciente. Por eso, cada vez más valoramos el silencio como un privilegio, como un valor incalculable de salud, bienestar y serenidad.

En el libro de Daniel Kahneman, Olivier Sibony y Cass R. Sunstein Ruido, un fallo en el juicio humano, el premio Nobel de Economía en el 2002 y uno de los psicólogos más prestigiosos, Daniel Kahneman, nos advierte de esta epidemia cognitiva, mucho más distorsionadora que el sesgo o el prejuicio. Mientras que los sesgos se podrían entender como un proceso psicológico del juicio individual, al ruido no se le puede identificar de esta manera. Y ya sabemos, con claridad, que el ruido altera la conciencia, el conocimiento y el comportamiento. Los autores identifican tipos distintos de ruido, pero hay una conclusión que destaca: la variabilidad —y arbitrariedad— en las decisiones que surgen en sistemas destinados a producir juicios uniformes cuando están sometidos a ruido ambiental, en forma de decibelios o de información excesiva. De ahí que emerja, con fuerza, la necesidad de aislarse cuando se quiere razonar de forma no solo eficaz, sino justa, ponderada e imparcial.

El ruido es, probablemente, la lesión colectiva y personal más invisible —política y socialmente— a pesar de su impacto audible. Estamos naturalizando el ruido sin el debate público necesario. El que se merece. Somos el segundo país más ruidoso del mundo, solo superado por Japón, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Nuestra contaminación acústica es muy relevante: España supera en diez decibelios las recomendaciones de la OMS. Ante este «grave problema de salud pública», la Sociedad Española de Acústica reclama a las autoridades públicas que actualicen la legislación española y la adecuen a las recomendaciones de la OMS. Hay una falta de rigor y determinación para luchar contra esta grave distorsión de la calidad de vida.

Además, hay otros ruidos, el ruido interior y el cognitivo, acelerados el primero por el estrés presente y el miedo al futuro; y el segundo, por la avalancha que nos aturde de información y que nos atrapa en forma de algoritmos que nos hacen dependientes. Notificaciones constantes que no solo nos quitan el libre albedrío, sino la libertad de nuestro tiempo, sometiéndonos —sodomizándonos— a una esclavitud contemporánea: la de la atención y su ruidosa manera de recordarnos sus invisibles barrotes. En el libro La señal y el ruido, el estadístico Nate Silver nos advierte de cómo hemos transformado las señales —y su información— en puro ruido.

Hoy la libertad es el silencio. El único espacio en el que el ser humano puede ser, hacer y pensar sin estar condicionada y doblegada su voluntad por el ruido. El exterior, que te lesiona. El digital, que te aprisiona. El interior, que te desordena.

Publicado en: La Vanguardia (11.08.2022)
Fotografía: Kristina Flour para Unsplash

Enlaces de interés:
Ensayo sobre el Lugar Silencioso, Peter Handke. Colección Alianza Literaria (2015)
En busca del silencio, Adam Ford. Ediciones Siruela (2017)

 

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