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Audacia o temeridad

Audacia y temeridad podrían ser las dos caras de una misma moneda. Estos conceptos, que a menudo se confunden y pueden ser malinterpretados, deben analizarse cuidadosamente según el contexto, ya que ambos implican correr ciertos riesgos y pueden tener resultados tanto positivos como negativos.

La audacia es un atributo que se considera admirable, que se vincula con la idea de ser capaz de enfrentar desafíos, de actuar con valentía y determinación. Solemos creer que aquellos que actúan con audacia pueden tener mayor facilidad para superar obstáculos y desenvolverse ante la adversidad o en territorios desconocidos. Las personas audaces se muestran seguras y decididas, y eso, muchas veces, genera un punto de admiración. Así, la confianza que muestran en sí mismas puede ser producto de una evaluación racional y previa de las circunstancias, de una valoración en detalle y con rigor de los riesgos que comportan sus decisiones… O no. También podría responder a una cierta dosis impulsiva de osadía y/o atrevimiento, a modo de reacción imprevista, frente a la cual no se han ponderado suficientemente los pros y los contras. Proclamar un órdago antes de acabar la partida y esperar, casi sin respirar, el resultado final.

Por otro lado, la temeridad conlleva lanzarse sin cautela, sin una mínima ponderación de los riesgos. Y, si esta evaluación se lleva a cabo, deja que se impongan el deseo y la emoción, más que la razón. O la necesidad. Se trata de actuar rápido, sin tiempo para que el pensamiento sosegado pueda hacernos cambiar de opinión. En la temeridad hay un camino inexplorado, imprevisto e incierto. Se trata de recorrer un itinerario impensable y, por consiguiente, de desenlace abierto, pero con un horizonte de fatalidad.

En cualquier caso, audaces y temerarios conviven en la arena política. A veces, en una misma persona. Quienes se atreven a ser audaces están dispuestos a asumir riesgos (calculados) y a enfrentar desafíos (estratégicos). La audacia impulsa a explorar nuevos escenarios, a romper con lo convencional y establecido, a alcanzar objetivos que, de otro modo, serían impensables o lejanos.

La suerte es para los audaces, y las desgracias —casi siempre— para los temerarios. Las victorias empiezan en nuestras cabezas y corazones. Las derrotas, también.

Publicado en: La Vanguardia (1.06.2023)
He pedido la colaboración de Carla Lucena para realizar la ilustración de este artículo.

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