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Gestionar la expectativa

En el 2015 se publicaba el libro Gobernando el vacío, de Peter Mair, que arrancaba con esta frase: «La era de la democracia de partidos ha pasado». En esta obra se abordan las transformaciones sufridas por los partidos y la indiferencia ciudadana hacia el mundo político y sus consecuencias sobre la reputación, la legitimidad y la eficacia de la democracia moderna.

Los cambios que se han ido sucediendo a lo largo de estos años son muchos y diversos. Del peso histórico de las mayorías, a la tiranía de las minorías, como la definen Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. Del bipartidismo clásico, al pluralismo de ofertas y formatos. De las certezas programáticas urgentes, a la gestión de expectativas posibles. La política, en su esencia, se basa en promesas (que hay que diferenciar de las propuestas). Promesas de un mejor futuro, de una sociedad más justa, de oportunidades y bienestar.

Equilibrar las aspiraciones con las realidades, presentar un proyecto tangible y no meras ilusiones efímeras puede resultar una quimera y, por su complejidad, se convierte en todo un arte. Los líderes que han marcado historia son aquellos que, sin renunciar a grandes ideales, han sabido ofrecer metas alcanzables. Han comprendido que la credibilidad es un bien preciado, fácil de perder y difícil de recuperar.

En su libro En busca de consuelo, Michael Ignatieff rescata un pasaje extraordinario de la biografía de Václav Havel, a quien se recuerda hoy en día sobre todo por un comentario, su respuesta a un periodista que, en 1986, tres años antes de que condujera a su país hacia la libertad, le preguntó sobre los pilares de su vida: «Desde luego, la esperanza no es lo mismo que el optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, con independencia de cómo acabe saliendo».

Que la propuesta política tenga sentido e intención es la principal tarea de un liderazgo. Es dotar de justificación el esfuerzo, de seguridad la incertidumbre, de satisfacción el sacrificio. Muchos itinerarios políticos son un andar y muy pocos consiguen llegar. Esta distancia con un horizonte que motiva, que anima a seguir un camino, aunque la meta sea inalcanzable o lejana, es un tránsito transformador y movilizador. La política es, especialmente, ir.

Publicado en: La Vanguardia (1.11.2023)
He pedido la colaboración de Alberto Fernández (La Boca del Logo) para realizar la ilustración de este artículo.

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