La imprevisibilidad del mandato de Trump es de tal envergadura que los analistas quieren creer que detrás de este desorden hay un orden, aunque no se pueda comprender o justificar. Necesitamos creer que al mando hay alguien que, al menos, sabe lo que quiere, aunque quizás no sepa cómo conseguirlo. O no pueda. La otra hipótesis, que quizás tampoco sepa lo que quiere, más allá de algunos instintos evidentes, como el de la venganza o la necesidad narcisista, es simplemente aterradora. ¿Y si no hubiera nadie responsable al mando? ¿Y si nos enfrentamos al caos como método, a la brutalidad como estrategia y al riesgo como ideología? La responsabilidad es una virtud escasa, pero imprescindible para gobernar.
Vivimos en una época de desgaste acelerado. Esta degradatio se ha instalado como signo característico de estos tiempos. Pero aún hay algo peor que nos puede pasar: el conformismo y la resignación. Lo que antes nos escandalizaba ahora apenas nos inmuta. Se banaliza el autoritarismo, se normaliza la mentira, se resignifica la crueldad y se van debilitando la sensibilidad y los fundamentos democráticos, tan necesarios para preservar el equilibrio de las sociedades abiertas que tratan de avanzar por el bien común y que hoy se encuentran amenazadas desde distintos flancos.
La vuelta de Trump a la primera línea política internacional, y su agenda explícitamente imperialista en este segundo mandato, no es una anécdota. Es un síntoma global y de la época. Su retórica sin matices, su desprecio por las reglas del juego y sus arbitrariedades caprichosas se han instalado en el despacho oval. Estamos frente a la triple D de Trump, según Juan Luis Manfredi: desregulación, desglobalización y desorden. Pero, ¿quién puede sobrevivir al caos?
Ian Bremmer fundó Eurasia Group, la primera firma dedicada a ayudar a los inversores a comprender el impacto de la política en los riesgos y oportunidades de los mercados extranjeros. En su informe para 2025 afirma que estamos volviendo a la ley de la selva. Un mundo en el que los más fuertes hacen lo que pueden, o quieren, mientras que los más débiles están condenados a sufrir sus consecuencias. Y en que ya no se puede confiar en que los primeros, sean estados, empresas o individuos, actúen en interés de aquellos sobre los que tienen poder. Este escenario es sencillamente insostenible. Sin responsabilidad, no habrá previsibilidad económica ni paz política para nadie.
Frente a esta deriva, urge recuperar la sensatez. No como un llamado a la moderación sin contenido, sino como una apuesta radical por el sentido común informado, la mirada larga y el pensamiento pausado. Hoy más que nunca, necesitamos una política que no solo administre el presente, sino que anticipe el futuro. Que mire más allá del ciclo electoral y se atreva a pensar en términos de décadas, no de semanas. Una política con visión a largo plazo, que sepa sostener la justicia y la previsibilidad en medio del caos. Porque esta era de degradación no es inevitable.
Publicado en: La Vanguardia (23.06.2025)
Fotografía: Brett Jordan para Unsplash