La política —y la vida social— se resiente cuando se instala la idea de que todo es un juego de ganadores y perdedores. Esa visión, tan tentadora como corrosiva, tiene nombre: mentalidad de suma cero. Su lógica es simple: si alguien gana, otro pierde. Mejor dicho: para que alguien gane, el otro debe perder. Pero esa aparente claridad encierra un modo de entender las relaciones humanas que erosiona la confianza, debilita la cooperación y empobrece la vida colectiva.
En 2015, una investigación realizada en 37 países propuso una nueva dimensión para comprender el comportamiento humano: la creencia en el Juego de Suma Cero (Belief in Zero Sum Game, BZSG). Los autores midieron hasta qué punto las personas creen en la naturaleza antagónica de las relaciones sociales. Esta creencia es especialmente relevante cuando se trata de bienes escasos (no solo recursos materiales, sino también tiempo, atención, jerarquía, poder o el reconocimiento en un conflicto).
Los resultados fueron significativos. Quienes creen en la suma cero tienden a percibirse como perdedores en el intercambio social. Esa creencia funciona como un atajo para explicar frustraciones personales o justificar el éxito ajeno. Además, es más frecuente en países de menores ingresos, donde los recursos son realmente escasos. Pero, en contra de lo que podría suponerse, su presencia es menor en las culturas más individualistas y mayor en las colectivistas, donde la dependencia del grupo y el conformismo refuerzan la idea de amenaza externa.
Otros estudios apuntan que esta mentalidad es un obstáculo para el progreso. Deteriora la confianza y reduce los incentivos para cooperar. Cuando el otro se percibe como rival, el tejido social se resquebraja. La suma cero transforma la convivencia en una competencia constante por reconocimiento, poder o influencia.
¿Por qué es relevante para la política? Porque la política, entendida como herramienta de transformación colectiva, necesita justo lo contrario: cooperación y empatía. En un contexto de desconfianza generalizada, la mentalidad de suma cero agrava las distancias y alimenta la polarización.
El reto no es combatir el individualismo, sino desactivar los prejuicios que nos hacen suponer que el otro está en nuestra contra. Reconstruir la confianza requiere pequeñas acciones sostenidas: recuperar el espacio público, reinventar las liturgias de la política y facilitar los encuentros como deber ético democrático.
Solo cuando dejamos de ver el mundo como un tablero de pérdidas y ganancias, podemos comprender que el progreso no se reparte: se comparte.
Publicado en: La Vanguardia (13.10.2025)
Fotografía: Scott Rodgerson para Unsplash