Una fría sensación nos envuelve cada día más. La ciudadanía vive una creciente zozobra al sentirse desprotegida. ¿Quién nos protege? ¿Quién nos cuida? ¿Quién nos guiará? Los viejos refugios de la ideología, la autoridad o la estabilidad se desmoronan y las grandes narrativas que daban sentido y cobijo se vuelven inservibles para explicar un mundo donde la complejidad crece y la confianza se desvanece. Daniel Innerarity hablaba hace años de la era de la incertidumbre, donde la política ya no puede prometer control, sino aprender a gestionar lo imprevisible. La intemperie, entonces, no solo sería una circunstancia: es una nueva condición de época, y emerge la urgencia necesaria de repensar los liderazgos políticos desde esta vulnerabilidad.
La palabra intemperie proviene del latín y significa aquello que carece de temperie, de equilibrio, de la justa medida entre los elementos. Así, vivir a la intemperie sería, literalmente, estar fuera de toda protección, expuesto a las inclemencias… sin refugio posible. También, en un sentido más profundo, podríamos hablar de estar viviendo sin abrigo ideológico ni certezas duraderas. En esa condición (desnuda, frágil, incierta) parece que estemos habitando hoy el mundo y sus miserias. Otro filósofo, Manuel Cruz, en la presentación de su libro más reciente Resabiados y resentidos, escribe «un benjaminiano probablemente definiría así el signo de estos tiempos: nos ha tocado vivir entre escombros».
La política, en este contexto, necesita recuperar su dimensión humana, sensible, porque solo desde esa fragilidad se puede reconectar con lo real. Los ciudadanos y ciudadanas, en su día a día, no buscan héroes invencibles, ni egopolítica testosterónica, sino líderes capaces de proponer… y de resolver. En este sentido, hay dos jóvenes líderes que me sorprenden: Zohran Mamdani y Zack Polanskii.
Ambos han conectado de una manera especial con los electores con una sinceridad (propositiva) y una autenticidad (personal) que los hace aptos para tiempos oscuros, fríos y entre escombros. Gobernar o representar desde la intemperie implica aceptar que no hay mapas fijos, solo brújulas éticas y sentido de propósito.
Pero la intemperie no es solo desamparo. Puede ser también un espacio fértil para la autenticidad y la renovación democrática. Puede ayudarnos a redescubrir el valor de lo común. En tiempos de intemperie, las palabras cuentan más que nunca. Cada gesto, cada silencio, cada decisión pública puede sumar o restar en la maltrecha cuenta de la credibilidad. La transparencia deja de ser una opción para convertirse en condición de supervivencia institucional y la empatía, real y sincera, se revela como una forma de fortaleza política. Volviendo a Innerarity, apuntaba hace poco que «una democracia necesita que haya una conversación de calidad, que la conversación pública, la de la calle, la conversación en el Parlamento, sea una conversación donde se sopesen razones, argumentos, se respete al otro».
Publicado en: La Vanguardia (27.10.2025)
Fotografía: James Kovin para Unsplash










