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Datos y rostros

El debate televisado entre Miguel Arias Cañete y Elena Valenciano ha estado marcado por la previsibilidad. Previsibles los ataques y las réplicas, previsibles los temas (encorsetados por el rigor de las normas pactadas), y previsibles las estrategias: Cañete con datos y Valenciano con rostros (ha acabado pidiendo el voto para una «Europa con rostro humano»). El miedo a no perder, a no cometer ningún error grave, también ha llevado a ambos candidatos a mantenerse en sus guiones respectivos y a evitar la polémica abierta, imposible por otra parte con las normas establecidas. En el caso de Cañete, sus guiones eran muy visibles, escritos a mano y con letra generosa. (No se ha puesto sus inconfundibles gafas en ningún momento, a pesar de llevarlas atadas al cuello con un cordoncito).

Las cifras (muchas) y los gráficos (tres ha mostrado el candidato popular) han protagonizado la estrategia de Cañete, tanto que a veces era imposible entenderlas bien, ya que las proyectaba —atropelladamente— hasta crear una cacofonía de números y datos tan apabullante como discutible en su comprensión, pero que ofrecía una extraña sensación de seguridad y eficacia. Este particular big data de Cañete ha puesto a Valenciano al borde de romper varias veces el protocolo establecido, hasta el punto que la moderadora ha amenazado con sacar «la tarjeta amarilla», en clara alusión a la candidata socialista. Esta incontinencia más o menos controlada le ha permitido a Cañete un típico (y prejuicioso, creo) ataque: «No se ponga usted nerviosa», le ha dicho.

Valenciano, en cambio, ha apostado por personalizar, en grupos y rostros de ciudadanos concretos, las consecuencias de las políticas del Gobierno del PP: jóvenes, mujeres, personas con discapacidad (mención con la que ha corregido a Cañete quien se refería a estos ciudadanos como «discapacitados»). El momento fuerte de esta estrategia ha sido cuando ha recordado que ya son 28 las mujeres víctimas mortales de la violencia de género. Y, tambié,n cuando ha recordado su condición de madre, al hablar de la libertad y de la responsabilidad de las mujeres en la decisión última de su embarazo.

Ha sido sorprendente, creo, que Cañete no haya mencionado a Alfredo Pérez Rubalcaba (uno de los ausentes de la noche). Tampoco Mariano Rajoy ha sido muy mencionado. Pero sí González, Aznar y Zapatero. El pasado ha estado presente en todo el debate, mientras ambos intentaban hablar del futuro. Temas centrales en la opinión pública, como la cuestión catalana (ligerísimamente citada por Cañete al final, cuando ha hablado de «disgregación») o la corrupción, han estado ausentes y han sido ignorados por ambos. Además, no han sido capaces de citar ni a sus candidatos a presidir Europa. Un debate europeo, casi sin Europa. Ni Ucrania, por ejemplo.

Por no salirse del guión, ambos han estado correctos. Sus públicos no se habrán visto defraudados. No querían —parecía— ni perder, ni arriesgar para ganar. Y de ese modo,  casi sin debate, acabó un debate que casi no se celebra. Así estamos. Si alguien quería despejar sus dudas, seguramente, en lugar de ello, las habrá aumentado.

Publicado en: El País (16.05.2014)(blog ‘Micropolítica’)
Fotografía: Ron Dyar para Unsplash

Enlaces de interés:
El «maravilloso» pinchazo de Arias Cañete (José Antonio Zarzalejos. El Confidencial, 16.05.2014)
NOSTRADAMUS ELECTORAL (Las notas de Valentín. Palabras para cambiar de día, 17.05.2014)
Mucho ruido y pocas nueces: Arias Cañete y Valenciano (9,5%) no atraen a la audiencia (PRTelevisión, 16.05.2014)
Cañete y Valenciano se llevan el impacto social del jueves con casi 200.000 comentarios (PRInternet, 16.05.2014)

Artículo asociado:
El efecto Cañete (16.05.2014)

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1 COMENTARIO

  1. […] El debate sobre la igualdad en la representación política es inseparable de la cultura política y de los compromisos electorales de los partidos. Y de la credibilidad de los candidatos. Esta misma semana, en España, hemos asistido a la bochornosa actitud misógina del candidato Miguel Arias Cañete en relación a su opinión de cómo un hombre inteligente debe emplearse en un debate con un una mujer para no parecer machista. Hay tres problemas: que lo piense (incomprensible, por reiterado en su trayectoria), que lo diga (injustificable), que no rectifique (imperdonable). […]

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