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Muñecos «for president»

En Estados Unidos, la lucha entre Clinton y Obama es sin cuartel y en todos los frentes. Hasta que no han llegado los auténticos votos con las primarias, todos los escenarios posibles de confrontación han sido auditados, analizados e interpretados para presentarnos todo tipo de listas y dilucidar, así, las preferencias electorales de los norteamericanos.

Los candidatos compiten por un mayor número de seguidores en redes sociales como Facebook o MySpace; en donaciones económicas a su campaña; en listas de famosos actores, músicos o periodistas; en presentarse con el mayor número de viejos amigos de la escuela o de apoyos familiares; en descargas de vídeos en YouTube; en politonos para el móvil; en juegos por Internet; en personajes de cómic; y, especialmente, en el protagonismo de un renovado merchandising político. Es el caso del provocador rompenueces de Hillary Clinton, que parte las nueces entre sus muslos y que ha arrasado como fetiche más solicitado estas Navidades. Y, ahora, Hillary y Obama rivalizan también en ventas y regalos de su propios muñecos maniquí, con un asombroso parecido físico, sus voces pregrabadas y sus trajes de quita y pon.

Obama proclama que quiere cambiar el mundo. Y lo dice en serio.  De momento, se ha impuesto en los caucus del estado de Iowa a la poderosa Clinton, aunque los norteamericanos la consideran —todavía— como la más preparada y están convencidos de que, finalmente, será la nueva presidenta de los EE. UU.

Las muñecas maniquí más conocidas son las Barbie, que cumplirán 50 años en el 2009. Barbie es un icono de la sociedad de consumo y un cliché estético que sigue marcando y adaptándose a la moda de generaciones enteras sobre la base de una profunda e íntima relación entre el juego y la construcción de la cultura y de la personalidad humanas a lo largo de la historia. A pesar de haber ganado la restringida etiqueta de objeto de culto, reservada a pocas creaciones humanas, Barbie no es tan antigua como la milenaria muñeca articulada de marfil datada en los siglos III-IV que se encontró en 1927 en la Necrópolis Paleocristiana de Tarragona y que hoy se puede visitar en el Museu Nacional Arqueològic. Jugar con muñecas no es nuevo y nos hace personas. Desde siempre.

No hay duda, el gran éxito de las muñecas maniquí está ahora en la campaña electoral norteamericana. Una empresa ha lanzado los muñecos de Barack Obama y Hillary Clinton, entre otros, a un precio de 55 dólares la unidad. En internet se vende hasta una colección de matrioska de cinco unidades con el rostro de Obama. La empresa Toy Presidents, por su lado, comercializa hace tiempo una colección dedicada a muñecos presidenciales de todos los tiempos con la peculiaridad de llevar incorporadas, en un microchip, las frases más célebres de cada uno de ellos. Son los a Talking Presidents.

Es posible que el lector considere que la proliferación de estos muñecos y gadgets ilustra la mercantilización de los candidatos y de la política. No se sorprendan, tienen otros usos. Hay quienes, incluso, los utilizan para hacer vudú o como objeto inerte y pasivo al que someter a todo tipo de quejas y reclamaciones o inflinjir duros castigos por no atender las demandas ciudadanas.

Pero, más allá de que algunos consideren tales prácticas una banalización de la política o un discutible tratamiento terapéutico para mentes doloridas o muy enfadadas, las muñecas maniquí en la política son el reflejo de nuevas demandas sociales y culturales que, a caballo de lo trivial y superficial, apuntan a un nuevo tipo de político y de política sometidos a una dura y constante rivalidad electoral en todos los escenarios, en todos los medios y ante todos los públicos. También a una nueva relación más emocional con el candidato no exenta de nuevas y sinceras aproximaciones al juego, al afecto, a la ternura.

Junichiro Koizumi, ex primer ministro japonés, fue de los primeros en utilizar un muñeco político como parte de su estrategia electoral: un peluche suave y gustoso que representaba a un león con su mismo rostro y sus ojos rasgados. El apodo de Koizumi es el rey León, por la melena ondulada y generosa que cubre su cabeza y le da un aire inconfundible y muy personal. El presidente Chávez, atento al populismo y al caudillismo, se sumó también al fenómeno sociológico con un muñeco: el Chavecito. El suyo, más parecido a un madelman musculoso y potente, vestido de militar con la gorra roja calada, habla como él (y no se calla hasta que lo desconectas) e invadió los barrios populares de Venezuela en la Navidad del 2005.

Las fotos recientes, por ejemplo, del presidente Montilla con un dulce osito de los mossos en Nochevieja o la imagen del encantador lince de peluche sobre las rodillas del presidente Zapatero en su vista a Almonte provocan tiernas sonrisas que humanizan las relaciones políticas y provocan imágenes sorprendentes y muy atractivas para los medios y los electores. Maureen Dowd, ganadora de un Pulitzer, ha presentado el duelo Clinton-Obama como el de Hillzilla contra Obambi. Igual que el apodo de bambi que, certeramente, le clavó Alfonso Guerra a Zapatero en su etapa de líder de la oposición y que se hizo tan popular.

Con un registro más escatológico, aquí somos diferentes y nos lo pasamos pipa con los caganers. Este año la estrella es Sarkozy, que compite, entre otros, con la Reina Sofía o Jordi Hereu. No se preocupen, alguien hará el ranking y nos ofrecerá el resultado electoral. Seguro.

Publicado en: El Periódico (06.01.2008) (versión pdf página 1) (versión pdf página 2)
Publicado en: Diario Siglo21 (09.01.2008) Versión en formato PPT

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– Muñecos políticos, más allá del merchandising político (Ignacio Martín Granados, 2.08.2012)

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