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Proteger la democracia

La democracia se protege cuidando las palabras. Ninguna palabra es neutral. Así lo ponen de manifiesto David Beaver y Jason Stanley en su libro The Politics of language en el que presentan un enfoque innovador en la teoría del significado y destacan el papel de la identidad política y social, las emociones y las prácticas compartidas en la comunicación.

Argumentan que el discurso, ya sea en diálogos, interacciones grupales o comunicación masiva, tiene como función sintonizar a las personas con una realidad, emoción o identidad compartida. Este nuevo enfoque tiene implicaciones relevantes para la libertad de expresión y la democracia, mostrando cómo el lenguaje es inevitablemente político.

Esta carga política del lenguaje pone de manifiesto el gran potencial de las palabras, tanto en el ámbito político como en el social, para movilizar, unir… o dividir. Ser conscientes de ello, de cómo los líderes y los medios utilizan con intencionalidad las palabras para influir en la sociedad, bajo el paraguas de sus propios intereses, es crucial para no caer en la trampa de una posible o supuesta manipulación. «El habla transmite una identidad, es mucho más que sólo información», destaca Beaver.

Y, también, aquello que no se dice puede condicionar nuestras percepciones. Beaver y Stanley alertan de los sesgos que existen, tanto en aquello que se dice, como en lo que se calla, ya que esa parte no dicha puede dejar incompleta una información —o sugerirla—, al compartir únicamente una parte. «No se trata solo de no usar una palabra, sino de la información que falta», apuntan.

Cuando el lenguaje trasciende su función básica (comunicar) y se convierte en una poderosísima herramienta de influencia y definición de marcos y realidades, utilizarlo de manera más consciente, reflexionando sobre nuestro propio uso (y poder) en el momento de moldear nuestro discurso es fundamental para fomentar unos valores y no otros, para proteger nuestra democracia.

La materia prima de la política son las palabras, y el lenguaje coloquial y popular, por ejemplo, tan rico en metáforas e imágenes evocadoras, es también un poderoso instrumento para cuidar el pegamento de la cultura democrática: nuestras palabras, que contribuyen, como nada ni nadie, al verdadero interés general y el bien común.

Publicado en: La Vanguardia (14.12.2023)
He pedido la colaboración de Alberto Fernández (La Boca del Logo) para realizar la ilustración de este artículo.

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