El deporte es competición: citius, altius, fortius (que significa «más rápido, más alto, más fuerte» y es el lema de los Juegos Olímpicos desde sus comienzos en 1896 hasta la actualidad). Pero es también valores y estrategia. E historias inspiradoras. De entre todas las disciplinas deportivas, el atletismo ha sido una fuente constante de lecciones, que se pueden aplicar a la política en dimensión electoral, en particular.
Las carreras más estratégicas, como las de medio fondo, son especialmente sugerentes para entender, por ejemplo, una campaña electoral y como en la última recta, en la línea de cuadros, los favoritos sucumben muchas veces frente al empuje imparable —casi sobrenatural— de otros competidores que, gracias a su determinación y fe, consiguen el aliento suficiente para poner el pecho y cruzar la línea victoriosos. Es curioso o paradigmático que solo sea el pecho (donde residen nuestro corazón y nuestros pulmones) la parte del cuerpo habilitada para medir quién cruza, realmente, primero una línea de meta.
Pero hay otras disciplinas, como el salto de altura, que hoy tiene naturalizado y extendido el uso de determinados estilos (como el Fosbury Flop) que, en su momento, fueron propuestas tan audaces como ridiculizadas por el canon atlético del momento. El escritor británico Ian Leslie, especializado en el comportamiento humano, ha publicado un nutritivo e inspirador artículo sobre la historia de Dick Fosbury, el atleta que revolucionó el salto de altura al inventar su propio salto, su propio estilo.
Hoy su estilo es el más utilizado por todos los saltadores. Fosbury no era físicamente dotado y luchaba con técnicas tradicionales, pero creó un nuevo enfoque basado en sus limitaciones. Observó cómo sus fallos le indicaban maneras alternativas de abordar el problema. Refinó su técnica a lo largo de dos años mediante prueba y error. Su innovación parecía romper las normas, pero en realidad estaba dentro de lo permitido. Persistió con su idea a pesar de las críticas y dudas de entrenadores y expertos. Soportó burlas y escepticismo al ser fiel a su método poco convencional. Es una historia inspiradora sobre cómo la creatividad y la perseverancia pueden superar las expectativas.
La política democrática debe resetearse con innovación y para hacer frente a los desafíos populistas y extremistas. Estas opciones han conseguido romper, en muchos casos, los cánones —de lo políticamente correcto, diríamos— y obtener resultados exitosos en la agenda, la conversación, la narrativa y la propuesta política. Y en las elecciones.
Hay que encontrar el Fosbury Flop democrático frente al extremismo y autoritarismo de las nuevas y viejas derechas. Abandonar la superioridad moral del campo progresista, el fatalismo resignado de los derrotados, o la indignación con aspavientos y centrarnos en los casos de error y acierto para poder encontrar los antídotos comunicativos y políticos necesarios frente estos nuevos chamanes de la palabrería y sus ingenieros del caos.
Publicado en: La Vanguardia (09.06.2025)