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Anatomía del indeciso

La indecisión política no deja de crecer en el mundo y, muy especialmente, en el ámbito electoral. Los indecisos ya no sólo dudan entre opciones, sino que dudan también del sistema que los convoca y de la oferta que reciben. Su duda es, además, frustración y desesperanza. De hecho, su comportamiento se ha convertido en el rasgo definitorio de las democracias contemporáneas. Un rasgo difícil de medir, prever e interpretar. Un rasgo que no es sólo una condición coyuntural, es un signo de época. ¿Un cambio de época?

Los estudios recientes confirman que los indecisos no paran de crecer y que sus movimientos —y decisiones— en las últimas horas en los procesos electorales son los que definen los resultados. Xavier Peytibi, en Manual de campaña electoral (2025), explica que, hasta mediados de la primera década del siglo XXI, entre el 80% y el 85% de los votantes tenía tomada su decisión antes del inicio de la campaña, incluida la decisión de abstenerse, y apenas un 15-20% se decidía en el transcurso de la contienda (Merino, 2008; Kenski y Highton, 2010). Hoy, sin embargo, la situación es radicalmente distinta: los electores dudan más, tardan más en decidirse, cambian de partido con mayor facilidad y pueden arrepentirse con la misma rapidez con la que se convencieron.

Oriol Bartomeus (2018) señalaba que este nuevo tipo de votante se caracteriza por una relación mucho más laxa con las siglas y por un comportamiento electoral marcado por la inmediatez. Ya no se trata de electores fuertemente identificados con un partido, sino de ciudadanos que ajustan su decisión a factores coyunturales, a la campaña del momento o incluso al estado de ánimo con el que llegan al colegio electoral. Son votantes que conectan y desconectan con enorme facilidad, que retrasan la decisión hasta el último instante y que, del mismo modo que escogen una papeleta, pueden renegar de ella con rapidez al día siguiente. La volatilidad y la indecisión, en este sentido, no son anomalías: se han convertido en la norma del comportamiento electoral contemporáneo para un creciente número de electores y electoras. Un momento postideológico. El descrédito de los partidos políticos y de sus liderazgos puede ayudar a interpretar también esta realidad.

Pero ¿quiénes son realmente esos votantes indecisos que hoy concentran la atención de partidos y estrategas? La literatura politológica coincide en describirlos como electores menos anclados ideológicamente, con vínculos más débiles hacia los partidos y con una relación más instrumental con la política. Más pragmáticos, sin deuda con el sistema ni con sus instituciones. En términos sociológicos, los estudios muestran que suelen ser más jóvenes —especialmente en la franja de 18 a 35 años—, con menor participación política previa y con escasa identificación partidaria. También se observa una presencia importante de mujeres en este grupo, así como de habitantes de áreas urbanas de tamaño medio y grande. Siguen la política de manera más intermitente y, a menudo, consumen medios de comunicación más como entretenimiento que como fuente de información. Del mismo modo, tal como apuntaban Wolfinger y Rosenstone en Who Votes? (1980), el nivel educativo es (y sigue siendo) uno de los mejores predictores de la participación: a mayor formación, mayor probabilidad de acudir a las urnas.

Son, también, quienes toman su decisión en los últimos días o incluso en las últimas 72, 48 y hasta 24 horas. En España, en las elecciones generales de 2015, el 17,6% se decidió durante la última semana de campaña y el 9,3% lo hizo el mismo día de los comicios. Este retraso añade (más) incertidumbre a los escenarios políticos y representa un desafío para la demoscopia tradicional, que demanda certezas cuanto todavía no existen. Al mismo tiempo, otorga a estos electores de última hora un papel decisivo, especialmente en contiendas reñidas.

Algunos, quizás, no se deciden porque prefieren —de forma deliberada y consciente— aplazar el momento de hacerlo. Saturados por el caudal de información que reciben a diario, optan por aislarse y mantener en suspenso su elección hasta que no tienen más remedio. Otros, en cambio, puede que ya tengan claro su voto, pero lo esconden. En el bolsón de indecisos siempre hay algo de voto oculto: personas recelosas, desconfiadas, que no responden a encuestas y camuflan su posicionamiento en la indecisión.

En cualquier caso, estos indecisos representan un electorado más difícil de movilizar. Los vínculos de intermediación con ellos son más frágiles y menos seguros y confiables. Dudan de los medios de comunicación, de las encuestadoras, de las noticias. Y su peso creciente en las sociedades contemporáneas obliga a los partidos a modificar sus estrategias de comunicación y persuasión: ya no basta con apelar a identidades ideológicas sólidas ni a lealtades partidarias heredadas. El nuevo votante exige estímulos constantes, campañas emocionales, mensajes que generen memorabilidad y percepciones positivas sostenidas en el tiempo. Quien no logra instalarse en la mente del indeciso durante las últimas jornadas de campaña, difícilmente podrá sumar su voto. Las emociones en política para entender el voto indeciso (en un escenario de polarización) son un factor interpretativo nuevo y por explorar con mayor profundidad.

El perfil de indecisos cambia según el contexto nacional y la coyuntura política. Pero, en resumen, y según la consultora Pulso Research, hay algunos puntos que los definen:

  • Una sensación predominante: la incertidumbre. De forma transversal, esta emoción caracteriza su estado de ánimo, especialmente cuando se indaga acerca de la economía.
  • El rechazo a los extremos como eje de posicionamiento. Aun cuando la tasa de no respuesta es superior al promedio poblacional en las encuestas, se intensifican las preferencias por las categorías intermedias. Se evita un posicionamiento marcado por los extremos y la indecisión crece cuando se dicotomiza la pregunta. Requiere mayor profundidad en términos de investigación, pero podría estar emergiendo una demanda en lo electoral por posiciones más moderadas y pragmáticas.
  • Llegar a este segmento es todo un desafío. La apatía y el desinterés se agudizan entre estos electores. Recientes estudios cualitativos demuestran una exposición cada vez menor a los asuntos políticos por parte de la ciudadanía. En ese sentido, cada interacción que se pueda lograr es sumamente valiosa.
  • La amenaza de la desmovilización. Algunos de sus hábitos se asemejan a los de los no votantes: un menor interés, un posicionamiento poco claro en temas de gran relevancia pública y un menor conocimiento sobre la coyuntura política. El riesgo principal es que esa elección no se traduzca en una preferencia electoral por un candidato u otro, sino que se transforme en una elección de no voto.

El valor político de la indecisión

La expansión de la indecisión no debería interpretarse como una debilidad de la democracia, sino quizás como un signo de vitalidad. Cuantos más indecisos existen, mayor es la evidencia de que los ciudadanos se resisten a quedar atrapados en bloques rígidos y polarizados. La polarización, en cambio, funciona como un acelerador de certezas: reduce la duda, estrecha las opciones y elimina los matices. En contextos muy polarizados apenas queda espacio para la indecisión, porque la presión social empuja a elegir entre dos bandos en conflicto. Dicho de otro modo: donde crece la indecisión, decrece la polarización; y donde la polarización es máxima, los indecisos desaparecen. En Estados Unidos, en 2020, sólo un 6% de votantes dudaba de su voto. Fue un récord histórico. Eso implica que todo estaba tan polarizado que no había ninguna incertidumbre. Ya se habían decidido.

Esta constatación nos lleva a replantear el valor político de la indecisión. Si durante años se ha presentado como una amenaza —electores que no se comprometen, que «no saben lo que quieren»—, hoy cabe reivindicarla también como un espacio de libertad y de resistencia frente al enfrentamiento binario. Como sugiere la filósofa Victoria Camps en su libro Elogio de la duda (2016), se trata de «anteponer la duda a la reacción visceral». El elector indeciso encarna la posibilidad de que la política no se reduzca a un choque de bloques, sino que mantenga abierto el terreno de la persuasión y, en última instancia, de la deliberación.

Además, la existencia de un número significativo de indecisos cumple una función saludable en las democracias. En primer lugar, actúa como motor de innovación política. Los votantes firmemente polarizados rara vez obligan a los partidos a renovar sus discursos: basta con reforzar la identidad del bloque. En cambio, cuando hay un volumen amplio de electores que todavía dudan, las campañas se ven forzadas a experimentar con nuevos lenguajes, narrativas y formatos. La indecisión se convierte, así, en un estímulo para atraer a públicos más difíciles de conquistar. «La existencia de votantes proclives a la infidelidad no es algo necesariamente problemático, pues agudizan el sentido de la responsabilidad de los partidos y engrasan el control electoral», afirma Sandra León Alfonso, investigadora en el Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Carlos III de Madrid.

En segundo lugar, la indecisión refuerza las propuestas programáticas. Ante campañas cada vez más emocionales, la indecisión obliga también a aumentar la racionalidad. Un votante que duda sopesa su voto en función de la oferta política, del desempeño en el gobierno o de la credibilidad de las propuestas. La indecisión, en este sentido, introduce un elemento de exigencia: la confianza debe ganarse, no se da por supuesta.

Finalmente, la indecisión actúa como un freno al sectarismo. En escenarios muy polarizados, los partidos tienden a hablar sólo para los convencidos, y eso los empuja a radicalizar sus mensajes. Pero cuando saben que buena parte del resultado depende de electores sin una posición fija, los discursos extremos se vuelven contraproducentes: pueden movilizar a la base propia, pero al precio de alejar a quienes dudan. Por eso, la presencia de indecisos lleva a los partidos a moderar su tono, a construir mensajes más transversales y menos excluyentes, capaces de captar a quienes todavía no se han decantado. Además, estos electores, con su pragmatismo no ideologizado, son votantes duales (aquellos que pueden votar sin complejo, ni culpa a fuerzas centrales) y sus opciones finales favorecen que las fuerzas políticas que compiten deban seducirlos o buscar ser su segunda mejor opción. Hoy, nuestras democracias necesitan de ellos para evitar la grieta polarizante y excluyente.

El desencanto con la política

Ahora bien, tampoco conviene idealizar la indecisión. A pesar de estas miradas más comprensivas al fenómeno, en muchos casos la indecisión no proviene de una apertura deliberativa, sino de la desafección y la apatía. La mayoría de los votantes que dudan no están comparando, sino que perciben que ninguna opción les representa o sienten un profundo desencanto con la política. La indecisión puede ser, en estos casos, o bien una antesala de la abstención, un modo de delegar en otros la responsabilidad de elegir; o bien la deriva hacia un voto más radical, como gesto de protesta frente al sistema o como salida emocional a la frustración acumulada. Muchos electores que permanecen indecisos hasta el final optan por partidos antisistema o populistas, precisamente porque esa indecisión se transforma en una búsqueda desesperada de alternativas «diferentes», aunque sean rupturistas o extremas.

Normalmente, se dice que los partidos simplifican su oferta para atraer a los votantes. Pero también puede ser que un número creciente de ciudadanos estén insatisfechos ante esa creciente simplificación de la política. No ven soluciones en los partidos porque sus discursos simplistas o generalistas no dibujan propuestas reales de cambio o mejora. Y, principalmente, son propuestas que «no entienden la vida de las personas como yo», como nos recuerda año tras año la encuesta Sistema roto de IPSOS, que destaca que el 68% de los electores piensa que los partidos y los políticos tradicionales no se preocupan por la gente común.

Podría ser, en parte, una de las razones detrás de los números de estudios recientes como los del Pew Research Center, que muestran esa creciente insatisfacción con los sistemas políticos y los partidos. El elector duda porque ninguna propuesta le convence como alternativa real o viable. Y, ante esa duda, ¿la tentación puede ser optar por la opción que propone romperlo todo para ver si desde cero surge algo mejor?

El reto de la política sería entonces ofrecer alternativas reales y políticamente complejas, pero comunicadas de una manera directa que pueda resultar atractiva en el mundo digital de hoy. La falta de determinación en temas centrales, la insuficiente proactividad en agendas concretas que resuelvan los problemas del primer metro cuadrado de la mayoría de los electores y la ausencia creciente del coraje político necesario para tomar decisiones audaces y correctas —aunque tengan coste electoral o de imagen— está reduciendo el crédito de la política democrática.

La indecisión como oportunidad

En definitiva, la indecisión electoral es un fenómeno ambivalente. Puede ser síntoma de desafección y alimentar tanto la abstención como opciones más radicales, pero también puede convertirse en una fuerza democratizadora que frene la polarización, estimule la innovación y obligue a los partidos a rendir cuentas, a definirse y a abandonar el cálculo especulativo permanente. Lejos de ser un problema para combatir, la indecisión es parte constitutiva de las democracias contemporáneas y un buen indicador de la salud de nuestras sociedades.

La indecisión —cuando convierte la perplejidad, la pasividad o la duda en preguntas— es parte de la naturaleza humana y de nuestra historia. Las dudas han sido, también, portadoras de dosis razonables de prudencia y de cálculo. El quietismo nos ha ayudado muchas veces a resolver por decantación. Las urgencias externas por definirnos y tomar partido, en muchos casos de manera extrema, impiden procesos de maduración más largos, calmados y serenos. No es exagerado decir que la indecisión ha salvado vidas en momentos cruciales de la historia al permitir que la duda razonable, aunque sea prisionera del miedo o de la angustia, haya ganado esos segundos vitales, ese tiempo extra que permite que el curso de los acontecimientos encuentre su caudal, sin intervenciones prematuras ni aceleradas. Dudar es humano. Y es la fuente de nuestro conocimiento. Sólo duda el que aprende. A veces, la duda indecisa… es la mejor opción.

Quizás haya que agradecer las dudas de estos electores que, con su resistencia, sea cual sea su naturaleza y su origen, expresan su autonomía y su independencia frente a la militarización ideológica y partidaria de todo tipo de sectarismos. Suerte tenemos de estos indecisos que, con su posición, mantienen abiertos los procesos electorales y permiten el gran misterio democrático de las urnas.

Indecisos vs. grieta

En Argentina, la metáfora de la «grieta» se consolidó como la forma más precisa de describir la polarización política que dominó la escena en los últimos años. El término —atribuido al periodista Jorge Lanata— condensaba una lógica binaria: primero, entre el kirchnerismo y el macrismo; más recientemente, entre el kirchnerismo y el mileísmo. En el medio, nada.

Sin embargo, de cara a la próxima elección nacional, el panorama parece estar cambiando. Los polos ideológicos siguen tan distantes como siempre —quizá incluso más—, pero la oferta electoral se ha diversificado para atraer al votante desilusionado, aquel que acompañaba más por esperanza que por convicción. Hoy, ese electorado se convierte en indeciso o se inclina hacia alternativas emergentes. De hecho, el seguimiento que hace la encuestadora Pulso Research muestra un aumento sostenido de la categoría «otros espacios».

Según Lucas Klobovs, director de opinión pública de QSocialNow, este nuevo votante indeciso es pragmático, crítico de la gestión nacional en materia de política social y servicios básicos, y especialmente sensible a los problemas de la economía doméstica. Rehúye de los extremos y prefiere los resultados antes que los relatos. Habrá que ver si este electorado logra mantenerse al margen de la polarización y si su irrupción alcanza para modificar el escenario político. Quizá sea el momento de buscar otra metáfora.

Publicado en: Le Monde diplomatique, edición Cono Sur (18.10.2025)
Fotografía: Sasha Freemind para Unsplash

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