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Encuestas y paciencia

Los últimos datos del CIS, Centro de Investigaciones Sociológicas, confirman lo que parece irreversible: la profunda transformación del electorado como consecuencia de tres crisis simultáneas (la económica, la política y la institucional, con la Monarquía en caída libre como símbolo y reflejo). Una de las expresiones más nítidas de este cambio es el hundimiento del bipartidismo y su lógica, la alternancia periódica, como oferta política y electoral para la gobernabilidad democrática. En el futuro, las mayorías serán algo más que alianzas parlamentarias. El camino hacia los gobiernos de coalición (inéditos en los gobiernos de España, aunque una realidad en algunas Comunidades Autónomas y Ayuntamientos), parece que se abre paso con claridad. Y, aunque todavía queda mucho —seguramente— para el nuevo proceso electoral, nada garantiza que se pueda recuperar el voto perdido, es más: todavía se puede seguir perdiendo.

El PSOE ya ha cruzado la línea. Está por debajo del 30 % de intención de voto, perdiendo dos nuevos puntos. Y el PP, aunque baja otro punto, mantiene y amplía ligeramente la distancia, pero ya está en el 34 %. El resultado es que no hay gobernabilidad posible, si se celebraran ahora las elecciones, sin coaliciones amplias de dos o más partidos. En el caso del PSOE sería, posiblemente, un ejercicio de ingeniería política y parlamentaria de gran fragilidad e inestabilidad, al tener que construir mayorías con bastantes fuerzas, muy diversas.

Curiosamente, en esta coyuntura, tanto el PP como el PSOE parece que pidan lo mismo: paciencia. Mariano Rajoy se la pide a los españoles y Alfredo Pérez Rubalcaba a los socialistas. La paciencia es resignación y, también, confianza. La primera te inhibe, al convencerte de que no hay nada que se pueda hacer (de diferente, de alternativo). La segunda te tranquiliza, al hacerte creer que lo inevitable tiene recompensa y que el tiempo, balsámico y reparador, devolverá, en forma de recuperación, el esfuerzo de sacrificio y espera.

La paciencia, como solución política, paraliza. Y te vuelve conservador (tanto al que la reclama como al que se le ofrece). Si no hay nada que pueda hacerse (diferente), ni nada que pueda resolverse (ahora), la receta propuesta alimenta la perseverancia y la constancia, incluso en el error, del camino iniciado. Precisamente porque el tiempo —en este artificio argumental— da la razón, por pura decantación: una solución que reclama no hacer nada, no decir nada, no cambiar nada, no tocar nada. Así funciona la decantación, necesita quietud e inmovilismo.

Justo lo que la sociedad española, y la gravedad de las tres crisis antes mencionadas, no puede ya soportar. Para ser paciente se debe poder confiar… y la ruptura de la confianza es desgarradora. El margen que necesitan —y piden— Rajoy y Rubalcaba ya no es posible, creo. Las urgencias se aceleran. Quizá existan los resignados…, pero los que crecen son los desconfiados. Ahí nace, en parte, la indignación, y los indignados.

La paciencia es posible pedirla (y aceptarla) con grandes dosis de ejemplaridad moral y personal. Pero —lamentablemente— parece que no es el caso en la percepción de la opinión pública. Esa es otra de las tragedias del momento. Confiamos en quien se lo merece, no solo en quien tiene la responsabilidad o la autoridad. Esta renovada relación entre confianza y legitimidad (moral, ética, política) es la nueva ecuación que permite interpretar parte del actual estado de cosas.

¿Se puede seguir cayendo más? Parece que sí, si se mantiene el actual estado de cosas, de políticas y de tempos. ¿Se puede resistir más? Es una incógnita… y peligrosa. Especular sobre que la resignación sea permanente es demasiado pedir a una sociedad cuarteada por la crisis económica, el paro y sus consecuencias sociales. ¿Se puede esperar más? Quizá Rajoy, sí. Es un resiliente. Para Rubalcaba no es tan claro, o no tiene tanto margen. Y, mientras, lo que crece entre tantos datos negativos son: la credibilidad de otras fuerzas políticas y, sobre todo, el voto en blanco (con un gran incremento), la abstención, el desconcierto y la duda (no saben, no contestan), y el porcentaje de los electores que ya no confía ni siente simpatía por ningún partido (el 40 %). Esa es la cuestión.

Publicado en: El País (3.05.2013)(blog ‘Micropolítica’)

Enlaces de interés:
La hemorragia del PSOE no cesa: a pierde 40.000 militantes desde que Rubalcaba tomó el timón y se hunde en intención directa de voto (Federico Castaño. Vozpópuli, 5.05.2013)
Tres mujeres y el funeral bipartidista (José Antonio Zarzalejos. ElConfidencial.com, 4.05.2013)
El indeciso entre los cascotes del bipartidismo (José Antonio Gómez Yáñez. eldiario.es, 4.05.2013)

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15 COMENTARIOS

  1. […] Han tenido que pasar 18 meses para que Mariano Rajoy, presidente del Gobierno, haya dado instrucciones precisas para dar un giro a la comunicación gubernamental. Más que un giro (de dirección, de orientación) se trata casi de un inicio. Quizá, demasiado tarde. Aunque los responsables de la comunicación aseguran que, en términos comparativos con otros líderes europeos, Rajoy ha hecho tanto o más que sus homólogos, el dato es discutible y, sobre todo, no se ajusta a la percepción pública más extendida, ni con el crítico momento económico y social que vive nuestro país, y que hubiera reclamado una determinación pedagógica y comunicativa que Rajoy ha despredicado o ignorado por incapacidad o desconocimiento. Rajoy si ha comunicado, no lo ha parecido. En absoluto. Y si lo ha parecido, no le ha servido. El plasma ha sido letal. Su imagen está hundida. […]

  2. […] Aznar ha abierto las primarias que no se realizarán formalmente en el PP. Pero que deberían ser una buena oportunidad para discutir –y de nuevo, hacer pedagogía– de las razones, argumentos y soluciones que propone hoy Rajoy para los desafíos y retos pendientes. Tiene una gran oportunidad. Apoyos en su partido no le faltarán. Pero si quiere reemplazar las lealtades de hoy (siempre frágiles cuando se trata de intereses personales y electorales) por el auténtico liderazgo político, le va a hacer falta mucho más que negarse a hablar del tema. O esperar a que el tiempo lo resuelva. […]

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