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Sociedades más justas, empresas más rentables

Recientemente, como recogía The Guardian, los ejecutivos de un importante número de grandes compañías hicieron un llamamiento a los líderes de los gobiernos a ser más ambiciosos en la presentación de las propuestas presentadas en la cumbre de Objetivos de Desarrollo Sostenible en Nueva York y en la cumbre del clima en París. Para ello publicaron el Bussines Manifesto, coincidiendo con la cumbre de Davos del mes pasado, donde destacaban la necesidad de establecer objetivos globales sobre una serie de cuestiones como son los alimentos, el agua, el clima, la energía, la igualdad de género, la educación o el buen gobierno.

Este manifiesto representa la voluntad del sector privado de contribuir a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, conscientes de que su éxito dependerá de la capacidad de colaboración de una amplia gama de actores. En el documento se destaca la urgencia, no sólo de acabar con la pobreza, sino de poner en marcha una transición hacia una economía más sostenible e inclusiva. Para los empresarios, 2015 es el año en que los gobiernos tienen la oportunidad —quizá la última— de diseñar una nueva arquitectura para el desarrollo sostenible, para forjar una nueva agenda comercial que funcione para los pobres, y para establecer un acuerdo sobre el cambio climático vinculante. Y advierten que, para bien o para mal, las decisiones que se tomen en los próximos meses tendrán un impacto en las generaciones futuras.

Los empresarios reconocen también que tienen mucho que aportar. Por supuesto, respetando las leyes, los derechos humanos y las normas fundamentales del trabajo, y apostando por la transparencia, la responsabilidad y el pago de impuestos (imprescindible para que los países dispongan de recursos para financiar su propio desarrollo). Pero también el establecimiento de enfoques comunes para la lucha contra estos retos y contribuyendo a la inclusión de parámetros empresariales en la gestión pública con objetivos específicos, medibles, alcanzables, relevantes y sujetos a plazos.

No cabe duda de que bajo este tipo de iniciativas subyace el propio interés sistémico de las compañías, conscientes de que estos grandes desafíos (y como están afectando a sus clientes) suponen una amenaza para sus propios modelos de negocio, y que a su vez pueden representar una oportunidad si saben adaptarse y anticiparse al cambio. Aunque también es cierto que en los núcleos de reflexión empresarial se ha instalado con fuerza el convencimiento de la necesidad de una alianza mundial de múltiples partes interesadas donde las empresas privadas deben asumir una nueva y mayor dimensión pública (y política). Se trata de una toma de conciencia crítica de que, desde el actual modelo empresarial, no se está contribuyendo suficientemente a un modelo sostenible y de que su papel en un contexto donde los Estados pierden eficacia ante problemas que solamente pueden resolverse a escala global, no es sólo económico sino también político.

Sin empresas, no hay riqueza. Los negocios y los inversionistas son ya el mayor motor de reducción de la pobreza y la columna vertebral del desarrollo en el mundo. Según se señala en el Bussines Manifesto, en promedio, las empresas proporcionan el 60% del PIB, el 80% de los flujos de capital y el 90% de los empleos en los países en desarrollo. Sin sociedad, no hay mercado. Por eso, una nueva generación de líderes empresariales y de emprendedores vincula su actividad profesional a fuertes compromisos personales y corporativos para lograr grandes alianzas público-privadas capaces de garantizar una mejor y más sostenible gobernabilidad. Con sociedades más justas, más rentabilidad. No sólo lo dicen las personas sensibles, responsables o comprometidas, sino que lo confirman los datos más solventes: sociedades quebradas son el principal escollo para los mercados. Sin ciudadanos no hay consumidores.

Las empresas sólo prosperan cuando la sociedad prospera. El modelo de empresa del siglo XX se ha caracterizado por la lógica de la rentabilidad y la oportunidad. Pero los líderes empresariales más lúcidos saben que la avaricia ya no garantiza la seguridad. Y que sin ella no puede haber un futuro económico. No podemos afrontar los grandes desafíos sin contar con una élite empresarial dispuesta a asumir un mayor papel político en la sociedad. El crecimiento en sí ya no es un valor si no garantiza la mejora de la comunidad y genera un ecosistema que produzca mayor beneficio social, medioambiental y económico para todos.

Nunca como hasta ahora, la política y la economía se habían necesitado tanto. Es una oportunidad para otra política, pero también para otra economía. Las empresas deben tener clara la dimensión y conciencia pública de su actividad y la alianza necesaria entre lo público y lo privado basada en la ética y la gobernabilidad democrática.

Publicado en: Forbes-México (17.03.2015)
Fotografía: Craig Ren para Unsplash

Artículos de interés:
Nuestra gran apuesta de futuro (Bill y Melinda Gates. Planeta Futuro. El País, 22.01.2015)
Cómo será el mundo en 15 años (Red Expertos Planeta Futuro. El País, 17.03.2015)
– Libro: Humanizar la empresa. Hacia una nueva formación empresarial ética, de Federico Buyolo

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