Imagen positiva

«Me gusta, me cae bien, pero no le votaría». Un enunciado común y escuchado de forma repetida en muchos focus group, esa técnica demoscópica que, a diferencia de una encuesta, permite reflexionar en grupos reducidos. Una especie de: tengo una buena imagen de ese candidato o candidata, pero no confío para que lleve adelante los destinos de mi ciudad, mi comunidad o mi país; de mi vida cotidiana.

La imagen de una candidata o un candidato se compone de una mezcla de conocimiento, confianza y feeling. Pero ¿por qué la imagen positiva es tan importante en política y es un dato clave en la ciencia demoscópica? Se trata de un indicador decisivo, ya que muestra la favorabilidad y predisposición de los electores respecto a los candidatos y candidatas, aunque no signifique directamente intención de voto. La imagen positiva es la base para crecer, una suerte de condición necesaria, aunque no suficiente. Es indispensable para tener la posibilidad de ser votado. Pero también para ser capaz de atraer —en hipotéticas segundas vueltas o en escenarios de polarización— a votantes indecisos o que votaron otras opciones inicialmente. O pensaban votarlas.

La imagen positiva —y la negativa— se construyen cuando hay conocimiento. Sin este, los electores no tienen una imagen definida; ni en positivo, ni en negativo. Cuando hablamos de popularidad, rápidamente pensamos en reconocimiento (social, mediático) o en la fama y, quizá, aunque no siempre, la asociamos a algo positivo, con un cierto grado de aceptación y consenso. Ya que, si es algo popular, pertenece al pueblo, o a una comunidad o a un grupo mayoritario y eso le otorga sentido de pertenencia e identidad per se. Muchas veces, también, los atributos que componen una buena imagen están asociados a la cultura política o a un territorio específico, es decir, no son universales. El ejemplo de Rusia es quizá muy ilustrativo: a pesar de que la declaración de guerra a Ucrania le generó una gran impopularidad a nivel global, Putin no ha dejado de contar con la aprobación de la mayoría del pueblo ruso en una sociedad autocrática. Popularidad, favorabilidad y positividad son atributos diferentes y no siempre son comprensibles desde una mirada prejuiciosa o de parte.

Pero existe una paradoja que es importante conocer para comprender mejor los estados de ánimo y el comportamiento electoral de la ciudadanía: ser popular, estar bien visto o simplemente tener una imagen positiva no se traduce necesaria o automáticamente —demoscópicamente hablando— en intención de voto. Lo saben candidatos y candidatas outsiders, pero también candidatos del sistema. Hemos visto cómo, en diversos sondeos, líderes políticos que reciben las más altas calificaciones, en la intención de voto, ocupan una posición casi marginal. En efecto, allí está el doble desafío: construir una imagen atractiva, pero también confiable.

Hay una gran distancia entre ser popular o ser bien valorado y ser confiable, capaz o resolutivo.

Publicado en: La Vanguardia (3.08.2022)

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