Los atajos

Los atajos son tentadores. Prometen una reducción del tiempo y de la distancia en cualquier ruta o itinerario, aunque no siempre sea así. A veces, son caminos perdidos, sin salida, ni rectificación sin costes.

Cuando el mundo democrático muestra signos de estar «envejecido, frío y cansado», según Anne Applebaum autora de El ocaso de la democracia, los atajos son la opción seductora de los populistas, outsiders y autoritarios. Ofrecen tres cosas atractivas ante la frustración y la desconfianza actuales: una esperanza (incierta), inmediatez (ilusoria) y una solución (aparente). No importa si la oferta populista resuelve los problemas o no, lo útil y relevante es que su relato puede ser más esperanzador en tiempos de zozobra.

La política democrática reformadora debe resolver cómo le habla del tiempo a las sociedades a las que quiere representar y gobernar. Me refiero al que se necesita para pensar una política pública, pactarla con la sociedad y las mayorías parlamentarias necesarias, desarrollarla y evaluarla. Todo eso siempre consume maduraciones o ejecuciones que no conectan bien con la impaciencia de la decepción. El crédito temporal de la democracia sigue decreciendo, lamentablemente. De ahí, el poderoso atractivo de los atajos. Esperar —y confiar— ya no es un activo seguro. Parece lo contrario: una demostración de la incapacidad democrática para atender en tiempo y forma las demandas y las urgencias de nuestras sociedades nerviosas.

Necesitamos una nueva pedagogía del tiempo. La democracia lo requiere para transformar las ideas en soluciones. Un tiempo que, muchas veces, es la diferencia entre lo provisional o lo duradero, el maquillaje o lo auténtico, lo coyuntural o lo estructural. La ciudadanía se ha vuelto impaciente, inclemente e incesante en su demanda y el tiempo de ejecución ha dejado de ser una garantía de calidad o de interés general para ser percibido como una demora injustificable y culpable (por cómplice) de los problemas que dice resolver.

Hoy, lo más radicalmente democrático y transformador es volver a recuperar el valor del tiempo sin atajos. Por ahí se cuelan los titiriteros de la democracia, los chamanes de emociones y pasiones, los listillos que se saltan las pacientes colas que, aunque incómodas, garantizan igualdades sin privilegios.

Publicado en: La Vanguardia (21.12.2023)

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